miércoles, 20 de febrero de 2013

Poesía y enfermedad: alucinaciones auditivas en Mandelstam y Ajmátova.



"LA PROFESIÓN 
Y LA ENFERMEDAD"
 (pag. 122 y s. capítulo):

"Creo que las alucinaciones auditivas son para el poeta una especie de enfermedad profesional.

Cuentan muchos poetas que la poesía nace del siguiente modo

—eso lo dice tanto Ajmátova en el «Poema sin héroe», como Mandelstam—: 






















Suena en sus oídos una frase musical insistente, al principio inconcreta y luego precisa, pero todavía sin palabras. 

En más de una ocasión fui testigo de cómo trataba Mandelstam de librarse de esa melodía, de escapar de ella. Movía la cabeza como si pudiera sacudírsela de encima igual que si fuera una gota de agua que hubiera penetrado en su oído durante el baño. Pero nada podía acallarla: ni el ruido, ni la radio, ni las conversaciones mantenidas en la misma habitación.




Ajmátova contaba que cuando le «llegó» el poema antes mencionado estaba dispuesta a todo con tal de librarse de él: 

se puso incluso a lavar la ropa, pero no consiguió nada. 

En algún instante, a través de la frase musical, brotan de pronto las palabras y comienzan entonces a moverse los labios. 

Supongo que entre el trabajo del compositor y el del poeta hay algo de común, y la aparición de las palabras constituye el momento crítico que separa esas dos formas de creación.

A veces, Mandelstam oía la frase musical durante el sueño, pero al despertar no recordaba los versos soñados.


Yo tenía la impresión de que los versos existían antes de ser compuestos (él jamás decía «escritos». Primero los componía y luego los anotaba). 


Todo el proceso de la composición consiste en captar con suma atención y dar a conocer lo ya existente—la unidad armónica y racional que ellos captan no se sabe de dónde—y que van plasmando poco a poco en palabras.

La última etapa del trabajo es la expurgación de las palabras casuales en la poesía, que no figuran en el armónico todo que existe antes de ser plasmado. 


Estas palabras casuales se introducen por la prisa de tapar un hueco cuando surge el todo.

Quedan atascadas y su eliminación supone también una difícil labor. 

En la última etapa se produce el proceso doloroso de escucharse a sí mismo en busca de aquella objetiva y absolutamente exacta unidad que se llama poema. 

En el poema «Conserva mi palabra», el último epíteto puesto fue «escrupuloso» (el alquitrán del trabajo). 

Mandelstam decía, lamentándose, que necesitaba una definición más exacta y parca, al estilo de las de Ajmátova. «Ella es la única que sabe hacerlo». Diríase que esperaba su ayuda.
Observé en su labor poética dos «suspiros de liberación» y no uno. El primero cuando aparecen en la estrofa o la línea las primeras palabras y otro cuando la palabra exacta expulsa los vocablos casuales, intrusos. Entonces el proceso de escucharse a uno mismo, el proceso que abona el terreno para el desarreglo del oído interno, para la enfermedad, se detiene. El poema se desprende de su creador, deja de zumbar en su oído y atormentarle. El poseso se siente liberado. ío, la pobre vaca, consigue huir del tábano.



Si el poema no se desprende, decía Mandelstam, significa que algo en él falla o que «tiene aún algo oculto», es decir, que hay un brote fértil del que pretende salir un nuevo germen; dicho de otro modo: el trabajo no está terminado.

Cuando la voz interna se acallaba, ardía en deseos de leer a alguien sus nuevas poesías. Yo no le bastaba: había asistido tan de cerca a sus búsquedas, que tenía la sensación de que también yo había oído la melodía. A veces, incluso, me reprochaba el no haber oído algo. 


Durante el último período de Vorónezh (poesías del Segundo y del Tercer Cuaderno [más abajo hay algunos])  íbamos a la casa de Natasha Shtempel o bien invitábamos a Fedia Maranz, un agrónomo de aspecto simiesco, pero hombre de lo más encantador y puro, cuyas esperanzas de ser violinista se vieron truncadas cuando de joven sufrió un accidente en una mano. Había en Fedia aquella armonía interna que distingue a las personas que saben escuchar música. Era la primera vez que trataba a un poeta, pero su sentido musical lo convertía en un oyente más preparado que muchos especialistas.

Diríase que la primera lectura culmina el proceso de creación poética y el primer oyente viene a ser participante del mismo. 


Los primeros oyentes de Mandelstam, a partir de la década de los treinta, fueron Borís Serguéievich Kuzin, biólogo, a quien dedicó el poema «A la lengua alemana», y Aleksandr Margulis; en realidad fue éste quien difundió las poesías de los dos primeros cuadernos. 

Margulis se aprendía las poesías de memoria o bien se hacía una copia y se las recitaba a sus amigos y conocidos, cuyo número era incontable. 

Mandelstam compuso infinidad de «marguletos», poemas dedicados al propio Margulis, que debían comenzar con las palabras «El viejo Margulis» y ser obligatoriamente aprobados por el propio destinatario. Mandelstam afirmaba que el mísero viejo Margulis (que en aquel entonces no pasaba de los treinta años) alojaba en su casa a un viejo todavía más mísero, a quien mantenía oculto. 

El propio Margulis era un auténtico hombre-orquesta; sabía silbar las sinfonías más complicadas. Es una pena que se hayan perdido los «marguletos» mejores que trataban de cómo el «viejo» ejecutaba en los bulevares de Moscú a Beethoven. Margulis se casó con la pianista Iza Jantzin, excelente intérprete de Skriabin. Margulis amaba la poesía, la música y las novelas de aventuras. 

Me contaron que cuando agonizaba en un campo del Extremo Oriente, contaba a los presos por delitos comunes toda clase de fantasías y aventuras y ellos, agradecidos, le traían más comida.
 

Entre sus primeros oyentes figuraba también Liova Gumiliev, que había vivido con nosotros durante el invierno de 1933 -1934. El comienzo del Primer Cuaderno de Vorónezh se lo leyó a Rudakov, desterrado allí juntamente con los aristócratas de Leningrado; Rudakov, sin embargo, no tardó en regresar.

Lo cierto es que todos los primeros oyentes de Mandelstam, a excepción de Natasha, tuvieron un sino trágico: sufrieron el destierro y la cárcel; Fedia, por ejemplo, estuvo preso más de un año en tiempos de Yézhov, lo soportó todo y no firmó nada, gracias a lo cual estuvo entre los afortunados que recobraron la libertad después de su caída. Salió de esa prueba destrozado y enfermo; durante la guerra volvió a ser deportado por haber nacido casualmente en Viena; desde donde lo llevaron a Kíev a las tres semanas de edad.


Pensando lógicamente cabría suponer que si los primeros oyentes de Mandelstam fueron represaliados, alguna relación tenía que haber entre sus causas. Pero la verdad es que no había nada de común entre ellas. 


Kuzin tuvo sus «malentendidos», aun antes de que nosotros lo conociéramos, en relación con la causa de los biólogos. Fue detenido la primera vez por unas poesías satíricas que nos ocultaba concienzudamente. Le hacían ir a unas casas particulares donde en una habitación especial, dedicada a esos menesteres tan sólo, había un agente que reclutaba chivatos. Lo detuvieron por primera vez en 19 3 2 y luego, por segunda vez, el mismo día que al biólogo Vermel: ambos eran considerados neo-lamarquistas y ya habían sido expulsados del Instituto Timiriázev.

El biólogo Kuzin, el agrónomo Fedia Marantz, el hijo del fusilado general Rudakov y Liova, el hijo del poeta fusilado, no se conocían entre sí. Lo único común a todos ellos era su amor por la poesía. 


Es de suponer que ese sentimiento exige aquel grado de intelectualidad que en nuestro país condenó a la muerte o, en el mejor de los casos, al destierro, a tanta gente. Se permitía vivir tan sólo a los traductores.
 

El proceso de la traducción es diametralmente opuesto a la creación poética, al proceso de su composición. 

No me refiero, naturalmente, al milagro de la fusión de los poetas, como en el caso de Zhukovsky o A. K. Tolstói, cuando la traducción insufla un nuevo hálito en la poesía propia o cuando la poesía traducida se convertía en un factor valioso de la literatura rusa como, por ejemplo, «La novia de Corinto» de Goethe, tan admirada por todos nosotros. 

Estos éxitos los obtienen tan sólo los poetas auténticos e, incluso ellos, en raras ocasiones. 

La simple traducción es un acto racional, frío, de versificación, en el cual se imitan ciertos elementos del verso. 

Por extraño que parezca, en la traducción no existe un todo acabado antes de su plasmación. 

El traductor se pone en marcha como si fuera un motor y mediante largos esfuerzos mecánicos provoca la melodía que necesita utilizar. Carece de aquello que Jodasévich calificó muy justamente de «oído secreto». 

La traducción es un trabajo contraindicado para un poeta auténtico, trabajo que impide, incluso, el nacimiento de la poesía.
 

En su Coloquio sobre Dante, Mandelstam habla de traductores del «sentido ya dado»; de ese modo expresa su opinión sobre el trabajo de la traducción y sobre aquellos que utilizan la forma poética para expresar sus ideas. 

Mandelstam los diferenciaba siempre de los auténticos poetas. 

Durante un cierto período, en nuestro país la gente dejó de leer poesías. 

Ajmátova, refiriéndose a este fenómeno, dijo: «La poesía auténtica es de tal naturaleza que quien traga una vez un sucedáneo queda envenenado para siempre». 

Ahora se vuelve a leer poesía y más que nunca, por la única razón de que han aprendido a diferenciarla de todos los productos del oficio de traductor.

Y lo mismo ocurre con la palabra. Una palabra conscientemente inventada carece de capacidad vital. Así lo demuestran todos los fracasos de la creación de palabras, ingenuo juego individualista con el don divino del hombre: la palabra. 


Al conjunto fonético que se llama palabra se le adjudica un sentido arbitrario y el resultado es una jerga barriobajera o la escoria verbal que utilizan con fines egoístas los sacerdotes, los exorcistas, los gobernantes y demás charlatanes. 

Cometen este sacrilegio con la palabra y la poesía para utilizarlas como la bola de cristal del hipnotizador. El engaño será descubierto tarde o temprano, pero el hombre está siempre amenazado de caer bajo el encanto y el poder de nuevos truhanes que hacen girar su bola de cristal en otra dirección.

Poemas a Stalin de Osip Mandelstam



 POEMA DE
MANDELSTAM SOBRE STALIN


Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies, 

nuestras voces a diez pasos no se oyen.
 

Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos 
al montañés del Kremlin siempre mencionamos.
 

Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos, 
como pesas certeras las palabras de su boca caen.
 

Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha 
y relucen brillantes las cañas de sus botas.
 

Una chusma de jefes de cuellos flacos lo rodea, 
infrahombres con los que él se divierte y juega.
 

Uno silba, otro maúlla, otro gime, 
sólo él parlotea y dictamina.
 

Forja ukase tras ukase como herraduras
a uno en la ingle golpea, a otro en la frente, 

en el ojo, en la ceja,
 

Y cada ejecución es un bendito don
que regocija el ancho pecho del Osseta.,
 

(El poema, compuesto en noviembre de 1933, fue la causa de la primera detención del poeta.
"Ossetas": pobladores del norte de Georgia. Existía la creencia de que Stalin pertenecía a esa raza, muy diferente de la georgiana.)



Alrededor de febrero de 1937
De Cuadernos de Voronezh:


 I
 

Tú debes mandarme
y yo estoy obligado a ser servicial,
al desdeñar el nombre y el honor
crecí enfermizo y me hice débil.

Prueba el método inventado,
sin rodeos, a la desesperada:
Soy un bolchevique sin partido,
como todos mis amigos, como ese que no es mi amigo.
 
Abril – Mayo 1935
II
 

Cuando cogí un carboncillo para una alabanza suprema,
para el gozo del dibujo inmutable,
con inquietud y cautela
marqué en el aire ángulos de malicia.
Para replicar a los trazos
crucé con audacia las fronteras del arte,
conté que el eje terrestre se movía,
y honré las costumbres de ciento cuarenta pueblos.
Levanté el carboncillo hasta las cejas,
y lo alcé de nuevo, de otro modo:
Es evidente que Prometeo avivó el fuego:
¡Contempla, Esquilo, cómo al dibujar lloro!

Tomé algunas líneas estridentes
de su juventud milenaria,
uní el coraje y la sonrisa,
y los diluí en una débil luz.
Para el hermano gemelo, no diré de quién,
hallé al acercarme esa expresión
en la amistad de los ojos sabios.
En ella, en él, se reconoce al padre
y se desea sentir la cercanía del mundo.
Quiero agradecer a las colinas
por dar impulso al hueso y al pincel:
Él nació en las montañas y conoció la amargura de la cárcel,
quiero llamarle no Stalin, sino Yugashvili.

Pintor, cuida y conserva al guerrero:
Rodea su figura de un bosque de coníferas húmedo y azul,
con sudoroso cuidado. No amargues al padre
con una mala imagen o una idea insuficiente.
Pintor, ayuda a quien está contigo
y piensa, siente y construye.
Ni a mí ni a otro, sino a él, quiere el pueblo,
el pueblo, cual Homero, triplica la alabanza.
Pintor, cuida y conserva al guerrero,
el bosque de la humanidad tras él camina y se espesa—
El porvenir es la hueste del sabio
y le escucha atento, sonriente.

Él se inclinó desde la tribuna como desde una montaña,
sobre un cerro de cabezas. Deudor de la demanda más fuerte,
sus ojos poderosos son decididamente buenos,
sus cejas espesas iluminan a alguien de cerca.
Y yo quisiera mostrar con una flecha
la dureza de la garganta del padre de habla obstinada—
sus modelados, difíciles y empinados párpados
trabajan desde millones de marcos.
Es abierto y tiene la voz de cobre
y el oído avizor, que no se pierde en la sordina.
Están dispuestas a vivir y a morir por todos,
y corren y juegan, las hoscas arrugas de su frente.

Con mano ávida, como un grito,
con mano voraz, como un eje,
aprieto el carboncillo en el que todo confluye
y lo desmenuzo en busca de su rostro.
Aprendo de él, sin aprender de mí
aprendo de él, sin conocer la gracia.
¿Acaso las desgracias recortan el gran Plan?
Lo descubro en la vida azarosa de sus vástagos.
Quizás aún no soy digno de tener amigos,
quizás no estoy lleno de cólera y de lágrimas.
Él me asombra con su capote, su gorra.
Y sus ojos felices en la maravillosa plaza.

La montaña se separó de los ojos de Stalin
y a lo lejos entornó los ojos la llanura.
Como un mar sin surcos, como el mañana del ayer,
desde el arado hasta los rayos del sol
se extiende el titán.
Él sonríe con la sonrisa de un segador
y conversa con un apretón de manos
que comienza y dura sin fin
en el campo abierto de las seis promesas.
Y cada era, y cada gavilla
es fuerte, prieta y sabia como la vida.
¡Asombro del pueblo! ¡Ojalá viva muchos años!
Da vueltas la rueda de la fortuna.

Guardo seis veces en mi conciencia
al lento testigo del trabajo, de la lucha y la siega.
Su gran marcha a través de la taiga
y el octubre de Lenin hasta la promesa cumplida.
Se aleja el cerro de las cabezas de la gente,
y yo, empequeñecido, me uno a ellos y ya no se me ve.
Pero en los tiernos libros y en los juegos de los niños

resucitaré para decir cómo brilla el sol.
La única verdad veraz es la sinceridad del guerrero.
Para el honor y el amor, para el aire y el acero
hay un nombre de gloria para los potentes labios del lector.
Lo hemos oído y encontrado.
 
Enero – Febrero de 1937
III
 

Si me apresan nuestros enemigos
y la gente deja de hablarme.
Si me despojan de todo:
Del derecho a respirar y a abrir las puertas,
a afirmar que la vida seguirá
y que el pueblo, como un juez, juzga;
si se atreven a tratarme como a un animal
y me echan de comer en el suelo,
no callaré, ni mitigaré el dolor,
sino que dibujaré lo que yo quiera,
tañeré la desnuda campana de los muros,
y tras despertar el ángulo de las tinieblas enemigas,
anudaré diez cabellos en mi voz
y pasaré la mano, como un arado, por las tinieblas,
y en la profunda noche de guardia

Se humedecerán los ojos de los trabajadores de la tierra,
y apretado en una legión de ojos fraternos,
caeré con el peso de toda la cosecha,
con la concisión de los juramentos lejanos,
y echará a volar la bandada de los años fogosos,
y susurrará Lenin en medio de la tormenta,
y en la tierra, que huye de la putrefacción,
Stalin despertará la razón y la vida.


Febrero de 1937
De Cuadernos de Voronezh




Poemas de Osip Mandelstam de los años 30.



Regresé a mi ciudad conocida hasta las lágrimas,
hasta las venas, hasta las inflamadas glándulas de la infancia.

Regresaste aquí, pues traga, deprisa,
el aceite de hígado de bacalao de las farolas fluviales de Leningrado.

Reconoce, deprisa, el día de diciembre,
en el que una siniestra brea se añadió a la yema.

Petersburgo, aún no deseo morir:
tú tienes los números de mis teléfonos.

Petersburgo, aún tengo direcciones
en las que hallaré las voces de los cadáveres.

Vivo en la escalera de servicio, y en la sien
me golpea el timbre que arrancaron de un tirón,

toda la noche aguardo en vela la visita de seres queridos,
que haga rechinar el herraje de la cerradura de la puerta.


(Diciembre 1930)

*****
Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Y cuando osamos hablar a medias,
al montañés del kremlin siempre evocamos.
Sus gordos dedos son sebosos gusanos
y sus seguras palabras, pesadas pesas.
De sus mostachos se carcajean las cucarachas,
y relucen las cañas de sus botas.

Una taifa de pescozudos jefes le rodea,
con los hombrecillos juega a los favores:
uno silba, otro maúlla, un tercero gime.
Y sólo el parlotea y a todos, a golpes,
un decreto tras otro, como herraduras, clava:
en la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo.
Y cada ejecución es una dicha
para el recio pecho del oseta.

(Noviembre de 1933)

*****

¿Qué calle es ésta?
La calle de Mandelstam.
¡Qué apellido del diablo!
No consigues olvidarlo.
Suena retorcido, extraño.

Poco tiene de recto,
y nada delicado
y por eso esta calle
o, para ser más precisos, esta zanja,
lleva el nombre
de ese Mandelstam…

(abril de 1935)

*****

Canto con la garganta mojada y el alma seca,
la mirada húmeda, limpia la conciencia.
¿Es bueno este vino? ¿Están bien estos odres?
¿Es buena la agitación en la sangre de Cólquida?
El pecho, sin lengua, calladamente es oprimido,
yo no canto, canta mi aliento.
El oído enfundado en un verdugo y la cabeza sorda,
el canto desinteresado es su propio elogio…

Consuelo para los amigos y brea para los enemigos:
El canto de un solo ojo, ensombrecido por el musgo.

El don de la voz de un cazador
que a caballo por las cumbres, con libre y
abierto aliento, canta,
preocupado sólo por llevar al altar
a las doncellas, con honradez
y enojo, sin pecado.

(8 de febrero de 1937)

*****

Como madera y cobre es el vuelo de Favorski.
En las astillas del aire somos vecinos del tiempo,
y una flota de tablones hacia
serrados robles y arces de cobre nos lleva.

Y en las rondas el alquitrán todavía se molesta
y rezuma. ¿Acaso el corazón es sólo un trozo de carne asustada?
Soy culpable en mi corazón que se dilata
hasta el infinito.

Oh, tiempo que impregna a innumerables amigos,
tiempo de plazas terribles y ojos felices.
Paseo mis ojos alrededor de toda la plaza,
de toda esta plaza con su bosque de banderas.

(11 de febrero de 1937)

*****

Me extravié en el cielo. ¿Qué haré?
Ése, que está a su lado, que responda.
Más fácil os sería, novenas de Dante,
hacer girar los discos ateléticos.

No me arrepiento de la vida: ella sueña
ahora con matar y halagar
para que en los oídos, en los ojos y en las órbitas
golpee la nostalgia florentina.

No me coronéis, no me coronéis
con un afilado y halagüeño laurel;
mejor: !desgarrad mi corazón
con el reclamo añil de una esquirla!

Y cuando muera, exhausto,
que el amigo viviente de todos los vivos
amplíe y dilate
en mi pecho el eco del cielo. 

(9 de marzo de 1937)
*****
I
Hacia la tierra vacía, cojeando sin querer,
con desigual y dulce paso
ella camina, adelantándose apenas
a su rápida amiga y al joven que le lleva un año.
La arrastra la libertad oprimida
del defecto que la anima.
Y parece que una clara sospecha
no quiere detenerse a su paso.
Esta temprana primavera
es para nosotros madre
de un cuerpo muerto.
Y todo va a comenzar eternamente.

II
Hay mujeres que nacieron en un húmeda tierra.
Cada uno de sus pasos es un sollozo sonoro,
y su vocación, acompañar a los muertos
y ser las primeras en saludar a los que resucitan.
Pedirles caricias es un crimen
y separarse de ellas, imposible.
Hoy ángel, mañana gusano en la tumba
y pasado mañana sólo un difuso contorno.
Lo que fue un paso se hace inaccesible.
Las flores son inmortales. El cielo, denso,
y el futuro sólo una promesa.

(4 de mayo de 1937)

 *








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