Al punto de amanecer
el profeta recordaba.
Tomó una pluma de oca
y se sentó a la ventana.
Hermoso verso escribía:
de los dedos le manaba.
Así empezaba su verso
(no se sabe cómo acaba):
«Al punto de amanecer
te espero en la orilla clara,
donde van los cuerpos, limpios
del veneno de las almas,
a encontrarse entre los árboles
de la mañana,
que los sembraron los ángeles,
la oropéndola los guarda».
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