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jueves, 15 de agosto de 2013

El Bucle Melancólico de Jon Juaristi...16 años después...

"Si cada uno No creyera que hace lo que quiere 
sería imposible que hiciera lo que le mandan."
(Agustín García Calvo)

Jon Juaristi en la página 375 de "El Bucle Melancólico: 

"...contra nuestra incauta generación del 68, 
sobre la que lanzó Pier Paolo Pasolini 
el más piadoso de sus anatemas:
 

"Viniste al mundo, que era grande 
y, sin embargo, tan sencillo, 
y en él hallaste a quien se reía de la tradición,
y tú tomaste al pie de la letra 

esa ironía finamente traviesa, 
erigiendo barreras juveniles 
contra la clase dominante del pasado. 

La juventud pasa pronto, Generación infortunada:
 

llegarás a la mediana edad y luego a la vejez
sin haber gozado de lo que tenías derecho a gozar,
y que no se goza sin ansia ni humildad,
y comprenderás que serviste al mundo
contra el que «llevaste adelante la lucha»:
 

era él quien quería arrojar descrédito sobre la historia —la suya; 

era él quien quería hacer tabla rasa del pasado —el suyo; 

generación infortunada, 
y tú obedeciste 
desobedeciendo."

viernes, 28 de junio de 2013

martes, 25 de junio de 2013

Francisco Caja: "La Raza Catalana" en el libro de estilo de Catatònia Triomfant




"La percepción histórica actual del catalanismo en su dimensión académica, de inspiración izquierdista, está construida premeditadamente a partir de las consignas y el paradigma elaborados por Josep Termes y otros en el "CoL.loqui d'Historiadors" celebrado en Barcelona los días 3 y 4 de mayo de 1974. 

Se trata de un paradigma inspirado en la doctrina de las tres fases o etapas del nacionalismo de Joaquín Maurín. 

La adhesión a ese relato oficial de la historia del catalanismo ha sido y sigue siendo conditio sine qua non entre los historiadores para formar parte de las instituciones u obtener una plaza en las universidades catalanas, o formar parte de un mercado intervenido y clientelizado hasta límites inconcebibles. 

viernes, 28 de diciembre de 2012

"Las siamesas Ladan y Laleh sumaron cero" de Arcadi Espada


«Las siamesas iraníes Ladan y Laleh Bijani, de 29 años, murieron ayer poco después de que los cirujanos del hospital Raffles, de Singapur, lograran separarles los cerebros. 

Nunca antes se había intentado separar a siamesas adultas craneópagas (unidas por la cabeza), por los altísimos riesgos que implica. 

"Aceptamos ese desafío, sabíamos que los riesgos eran grandes y que uno de los escenarios posibles era que perdiéramos a ambas. 

Ladan y Laleh también lo sabían", declaró ayer Loo Choon Yong, presidente ejecutivo del hospital Raffles. "Arriba todo el mundo está llorando", comentó una enfermera en los pasillos del hospital. Las siamesas murieron, aún bajo los efectos de la anestesia, con una diferencia de 90 minutos.

Ladan falleció a las 8.30, Laleh, a las 10.00.

jueves, 20 de septiembre de 2012

La convulsión exonerativa: un aspecto de la plaga emocional en el libro de estilo de Catatònia Triomfant.

1  "(...) la convulsión exonerativa no era un síntoma, sino más bien una frase argentina. La enseñaban aquí en la facultad, pero estaba segura de que era uno de los mitos de los viejos psiquiatras, como tantos otros términos que usaban para describir comportamientos que se explican mejor por la lógica que por la psicopatología. 

Refería la tendencia a producir catástrofes para ocultar con ellas pequeñas faltas

lunes, 30 de julio de 2012

La Trama. Salvador Sostres. El libro de Estilo de Catatònia Triomfant

El niño Sostres fue periodista de L'Avui 8 años. Comió con ellos, cenó con ellos, fue de copas con ellos, presumió de tener teléfono rojo con ellos...los conoce bien. Son un calco de la Lliga Catalana de Cambó...y también tienen su Josep Pla...con su espejito stendhaliano:










"No sé qué hay de cierto en lo de Oriol Pujol y la trama de las ITV.

Sí sé que la corrupción -a veces moral y a veces criminal- es consubstancial al nacionalismo convergente.

martes, 26 de junio de 2012

Vicenç Navarro: El prisma identitario y las clases sociales en Cataluña. Tabú en El libro de Estilo de Catatònia Triomfant.(1)



Del libro de Vicenç Navarro: "El subdesarrollo social de España":
Coloco aquí este trocito del capítulo que define muy bien la forma en que se erige la "red clientelar"en Catatònia Triomfant: el tema identitario oculta la lucha de clases para los fines de aquellas que están instauradas actualmente en el poder.

Vicenç Navarro tuvo que exiliarse de España por razones políticas. 

Ha vivido y trabajado en Suecia (en centros académicos de Upsala y Estocolmo), Gran Bretaña (London School of Economics, Oxford y Edimburgo) y EE.UU. (The Johns Hopkins University, donde ha sido catedrático de Políticas Públicas, Ciencias Políticas y Sociología). 

En 1997 se reintegró a la vida académica-española como catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona, y más tarde como catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra, donde dirige el programa de Políticas Públicas y Sociales patrocinado junto con la Johns Hopkins University, donde continúa siendo profesor. 

Ha escrito treinta libros, traducidos a varios idiomas. Fue galardonado con el Premio Anagrama de Ensayo del año 2002 por "Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país."

viernes, 15 de junio de 2012

Las peñas flamencas del extrarradio y la Feria de abril de Catatònia descritas por un periodista en los años 90. El libro de estilo de Catatònia Triomfant.

Quería hacer esta entrada ya hace tiempo pero no aparecía el momento adecuado hasta que, hace unos días, JL, un compañero de cante flamenco en las clases de Carmen Corpas, se pasó por mi casa para hablar de la situación actual de las peñas flamencas en Barcelona. Varios compañeros quieren hacer algo con una peña del extrarradio en franca decadencia tras cuarenta años de actividad. Quieren invertir esa tendencia y, cosa que me parece digna de elogio, empiezan por querer tener una visión lo más amplia posible del "problema".
A mí me vino a la cabeza este capítulo de un libro de ensayo periodístico que leí a finales de los años 90 que trataba críticamente la situación de la cultura que producía la inmigración en Cataluña y que podía situar de forma bastante justa la cuestión. En él, Arcadi Espada recordaba la difícil peripecia que era oír cante flamenco en Barcelona:

martes, 17 de abril de 2012

"¿Cómo han sido posibles tantas mentiras?". La ausencia de disidencia intelectual en Catatònia Triomfant


"Una de las razones fundamentales de la ficción en que se desarrolla la actividad política y cultural catalana ha sido, sin duda, la actitud de los intelectuales. En Cataluña, a diferencia de lo que ha sucedido en el País Vasco (donde las circunstancias han sido dramáticas), la mayoría de los intelectuales ha legitimado y apuntalado el nacionalismo. Hablo en general, como resulta evidente, y con las excepciones que cada uno de ustedes tiene en la cabeza. 

El asunto es formidable y complejo y confieso que me tienta estudiarlo a lo largo y a lo hondo. En cualquier caso, la investigación debería partir de una pregunta fundamental: ¿cómo han sido posibles tantas mentiras?

Ya digo que el asunto es complejo y merece atención. Pero no me resisto a enunciarlo y dejarlo ahí, sin ofrecer al menos una prueba empírica. Categórica más que anecdótica. Que demuestra que el asunto viene de lejos y tiene un ilustre pedigrí. Hace semanas di con un artículo de Carlos Barral. 


 Todo el mundo recordará quién fue Carlos Barral. El editor emblemático de la Cataluña franquista, poeta y escritor en lengua castellana, y senador elegido en las listas del partido socialista. Miembro destacado, claro está, de una generación inolvidable: Gil de Biedma, Ferrater, los Goytisolo. Un hombre respetable y no carente de atractivo.


El artículo, lleva firma del 15 de julio de 1981, se adhiere a la retórica de una carta al director y se publicó seis meses después de que Federico Jiménez Losantos, Carlos Sahagún, J.L Reinoso y Santiago Trancón, ese grupo de "intelectuales y metalúrgicos" como con el habitual e inimitable gracejo de la Bonanova lo llama Barral, que el 25 de enero de 1981 dieron a conocer el llamado Manifiesto de los 2.300. 

Ni que decir tiene que ese manifiesto le parecía a Barral irritante y despreciable:

"Es evidente que el catalán es la lengua natural de Cataluña por causa de su implantación milenaria y de su uso continuado y general por parte de los habitantes del mismo territorio a lo largo de siglos, once por lo menos, de los que solamente los cinco últimos comportan un régimen de coexistencia con la lengua castellana, hablada por sucesivas castas detentadoras del poder económico o político e intermitentemente por olas de funcionarios de nación extraña, en situación de tránsito." 

No es el momento de confrontar su opinión con la de los redactores de aquel texto ni de reproducir las condiciones sociales y políticas en que se generó aquel debate, en cualquier caso trascendental y pionero. Sólo me ocuparé de las mentiras. De las mentiras que a mí me afectan. De las que en cierta forma son mis mentiras.


Bastaría con ir repitiendo suavemente, mera glosa, algunas expresiones: lengua natural, once por lo menos (sobre todo el por lo menos), nación extraña. Pero la peor mentira afectaba, claro está, a los hablantes del castellano, reducidos por Barral a "castas detentadoras del poder económico"así como "olas de funcionarios de nación extraña".  


El poeta no había visto los cerca de tres millones de inmigrantes, (no lo niego: algún funcionario habría y algún detentador también) que se habían instalado en Cataluña durante el franquismo. 





No los veía, primero, porque estaba incapacitado, por razones muy diversas para verlos, y porque, desde luego, su punto de vista le prohibía verlos. Introducir esas personas significaba violentar conceptos como lengua natural y nación extraña. Significaba meditar, de un modo inevitablemente complicado e incierto, sobre la extraña situación de unas gentes que eran en todo más pobres que aquellos que los acogían, pero cuya lengua era más poderosa. Y significaba, sobre todo, pensar en que la aportación de esas gentes a la construcción física, material de Cataluña había implicado, obligatoriamente, la construcción de un entramado sentimental, de un vaivén de afectos entre Cataluña y el resto de España mucho más sólido de lo que había sido hasta entonces. En ese entramado estaba, desde luego, la lengua.


La lengua española. No era el fruto de la violencia o de la explotación: sólo del trabajo.

Pero Barral seguía. Así:

"Negar la prioridad del catalán en Cataluña es majadería equivalente a negar a la comunidad catalana el título de nación por temor a los excesos de la reivindicación política. Si no es nación una comunidad políticamente independiente y culturalmente singular desde el siglo VIII, con pasado expansionista y colonial, lengua propia afianzada en una literatura de resonancia universal, derecho privado diferente y voluntad ininterrumpida de sobrevivir como nación, que nos cuenten qué entendían por tal los reinventores de ese concepto en el romanticismo revolucionario y republicano."

Les ahorro todas las mentiras que se desvelarían otra vez con el eco. El poeta acaba su excurso mítico con la alusión al concepto republicano de la nación. Pero le falta algo, naturalmente. En realidad le falta todo lo que no es meramente romántico. Le falta la alusión a ese conocido pacto ciudadano, renovable cada día, que según el mejor Renan es el fundamento de la nación. Si llegó a percibirlo, es evidente que no le convenía registrarlo. Otra vez el mito se estrellaba aquí con los hechos. En 1981. Y también veinticinco años (de adoctrinamiento) después.

Una encuesta de hace pocos meses, publicada por La Vanguardia, revelaba que sólo un 28 por ciento de catalanes cree que Catalunya es una nación. "Si no es nación una comunidad al 28 por ciento..." podría haber abierto su párrafo el simpático capitán Tan de nuestra juventud poética.

En los últimos párrafos del artículo Barral se defendía de una acusación de los firmantes. Le habían llamado "demócrata a la catalana." Le parecía chiste poco gracioso. Después de decir que siempre había sido un antifascista y un antifranquista, continuaba:
Cita:

"Mi catalanidad, incluso étnica, está acreditada por la onomástica y los siglos."

Fin de la cita. Étnica. Onomástica. Siglos. 

El recurso al fondo del tiempo no era casual. Ni mucho menos. Barral, y tantos de los suyos (la verdad es que he conocido a muchos, siempre en cumplimiento de los estrictos deberes profesionales) necesitaban saltarse a los padres. Incluso a los abuelos. Suponían una molesta mala conciencia. Su mitológica profesión de fe catalanista no ha sido más que un intento de hacerse perdonar a los parientes más próximos. Una forma de irresponsabilización privada. En el otro extremo, aquellos versos aparentemente tan hermosos de Juaristi 

¿Te preguntas, viajero, 
por qué hemos muerto jóvenes, 
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: 
eso es todo.

Hermosos versos, pero igualmente liberadores de la responsabilidad individual. "Nuestros padres mintieron", podrían proferir nuestros burgueses catalanistas. De hecho, y en Barral salta a la vista, los padres habían sido los responsables de la pérdida de la lengua milenaria, que es lo mismo que la identidad. Los padres habían sido los responsables de una lengua poética que llevaba el estigma de la opresión. 

Es probable que alguno se creyera toda esa autopatraña hasta el fondo. Pero en otros era un mera estrategia de cálculo. En 1981 los padres iban de baja. Habían cumplido su deber dándoles colegios, viajes, idiomas, la primera peseta y un piso de alquiler. Todo eso conseguido gracias a la suma de traiciones. De la nación. De la onomástica. Y de los siglos. Los padres iban de baja y ya no iban a reclamar. Lo indicado era prepararse para el futuro, disponiendo de un buen pasado étnico y de una exquisita autopunición lingüística.

El artículo de Barral no es una anécdota. Leímos muchos como ese. Los creímos. No diré que nos mintieron, quejumbroso y llorica. Nos mintieron, desde luego. Pero lo relevante, al menos para mí, es que los creímos. El porqué los creímos. El porqué cedimos a su doble autoridad literaria y burguesa. Es relevante, pero es otro tema. Mucho más privado. 

Lo interesante, ahora, es subrayar la traición de los intelectuales catalanes representada en este artículo de Barral. No se trata, desde luego, de una traición a los débiles. Nada que presuponga el paternalista, cuando no dogmático, cuando no letal abrazo con las masas del intelectual definitivamente periclitado. 

El único compromiso, y por lo tanto la única traición posible del intelectual es la realidad. Es bien cierto que, dado este peligro ontológico, y dada la alternativa de demolerse ellos o demoler lo real, muchos de los intelectuales del siglo optaron y optan por la demolición de lo real y la imposibilidad, consecuente, de conocimiento, y por lo tanto, de cualquier fundamento ético. Pero entre los nuestros eso sólo se produciría después: es decir cuando el armazón sustitutorio de las mentiras se dio por bien consolidado. Sólo entonces se permitirían ser un poco chics.

Durante todos estos años la disidencia intelectual en Cataluña ha sido prácticamente nula. O chic. O riallera. Su actitud ha contribuido notablemente al bloqueo político, cultural y moral de Cataluña. Y ha perjudicado notablemente a iniciativas como la de la Asociación por la Tolerancia, que ha visto limitado su prestigio a causa de la actitud beligerante, o en el mejor de los casos, pasiva, de la mayoría de intelectuales catalanes.

Los intelectuales son algo así como los tedax, los artificieros de las ideas. Se entiende por fascismo una situación dada donde los intelectuales en vez de desactivar las ideas las hacen explotar. El último ejemplo en Europa fue el balcánico. Y se entiende que una democracia pierde su calidad cuando los intelectuales observan la exhibición de determinadas ideas sin ponerse rápidamente manos a la obra. Sea la idea el nacionalismo dominante o sea la correlativa acusación de anticatalanes que se han vertido y se vierten contra la Tolerancia y amigos.

Especialmente importante ha sido también la actitud del intelectual catalán realmente existente para consolidar el cinturón higiénico, la zona de seguridad que el establishment mediático ha mantenido en torno a las actividades de la Asociación y en torno a sus ideas. El intelectual de nuestro tiempo es básicamente un intelectual periodístico y su papel, y su fortaleza moral, son claves en el funcionamiento de la lógica informativa.

Los intelectuales catalanes no han ejercido su rol social con dignidad ni siquiera cuando los derechos más elementales se han visto acosados. Lamento tener que decir que también en esto la tradición, ¡los siglos, la onomástica!, les ampara. Al fin y al cabo ésta era la alusión, cargada de desprecio, que el poeta Barral dirigía a uno de los firmantes del manifiesto, vilmente tiroteado en la pierna por unos terroristas: "Para terminar, diré, que, con ocasión del atentado terrorista en el que resultó levemente herido Jiménez Losantos, declaré en Diario 16 mi solidaridad con el agredido por el hecho de haberlo sido, pero salvando mi discrepancia, con lo que me considero cumplido en el futuro, si hubiera lugar, que es de desear que no, para nuevas obligaciones de cortesía."

Qué ha de extrañar, pues, que esta pedagogía inspire a todos aquellos que no han movido un dedo cada vez que el profesor Francisco Caja ha sido agredido –y lo ha sido más de una vez, la última hace pocos días— o que se encogieron de hombros cuando Fernando Savater, ¡para hablar de Giordano Bruno en la Universidad de Barcelona, hubo de pagar un indigno peaje de golpes y de insultos. O cuando Juaristi. O cuando Gotzone Mora. Hay donde elegir.

Uno de esos émulos del desprecio, barbado talibán que opera en la prensa periódica con algunas eficaces coartadas morales, describió un día con rara precisión cuál era el problema real de estas agresiones. Lo hizo, naturalmente, en paradójico, sin vislumbrar siquiera lo que en realidad estaba diciendo. Lo que dijo es que había que desdramatizar estas agresiones universitarias, porque, a ver, cuándo uno de nosotros no había interrumpido, de alumno, la clase o los planes de un profesor facha. O bien, ya de profesores, quién de nosotros, dijo, no había sufrido parecido estrago por parte de algún estudiante radical.

Lo que estaba revelando a partir del negativo de esa selección de ejemplos era que hay un tipo de agresiones, las que él evocaba, que se hacían, hablando sumariamente, en contra del poder. Y que había otras, como la del profesor Caja y similares, donde la acción de los agresores encontraba la plena disponibilidad moral del poder: que no las condenaba y que, en algunos casos, no hacía nada por impedirlas.

Sí hay un momento de decadencia y riesgo en la vida de las democracias: es cuando los decretos del poder se musculan con la energía revitalizadora de los escuadrones. Sin advertirlo, es lo que el barbado talibán estaba escribiendo.

Hay un último efecto que quiero anotar sobre la actitud de los intelectuales. Al ocuparse de unas cosas y no de otras, al ignorar unas personas y unos movimientos, al trazar la línea de juego de la reflexión ideológica y política han acabado por diseñar férreamente los límites de lo posible. Me explicaré con un ejemplo de actualidad, basado en las cifras que ya di antes. Aquí donde vivo, en esta jurisdicción intelectual, es perfectamente posible que mientras un 28% de la población declara que Cataluña es un nación el 100 por cien de sus representantes políticos crean, defiendan y establezcan lo contrario. Eso es perfectamente posible. No hay un sólo artículo en los periódicos que señale la imposibilidad.

Por el contrario si en un momento y lugar aparece un grupo de ciudadanos cansados, fatigados de la ficción colectiva como del sol sobre los ojos, que modestamente, humildemente casi, se plantean y plantean a la sociedad catalana la necesidad de que una nueva fuerza política trate de representar a ese 72 por ciento de catalanes que piensan, simple, constitucionalmente, que Cataluña es una comunidad española...
Eso, ay, entra automáticamente en el terreno de lo no posible, de lo computable, de lo no disponible.

Creo que esa fijación de lo posible, del guión de la época, por parte de nuestros intelectuales ha contribuido a aislar a la disidencia catalana, a organizaciones como la Asociación por la Tolerancia. Y ha impedido que en su actividad cívica y política se haya planteado de manera pertinente y eficaz el problema del poder y la representatividad política. En ningún otro lugar de España hay un déficit de representatividad política como el catalán. Desde luego, no en el País Vasco, donde el terrible fracaso de la violencia no ha impedido que los partidos tradicionales hayan incorporado, aunque en medida variable y desigual, y sujeta, por desgracia, a las cambiantes y dramáticas condiciones de la vida allí, hayan incorporado, digo, a los ciudadanos no nacionalistas.

No hay orfandad política como la catalana.

Arcadi Espada

jueves, 29 de marzo de 2012

El mito de la sociedad civil catalana. Examen de un relato persistente en el Libro de Estilo de Catatònia Triomfant

¿Más que un club?


Prat de la Riba
El concepto de sociedad civil ha condicionado toda la vida social y política catalana del siglo XX. Actualmente se insiste en los mismos tópicos sobre la excepcionalidad del fenómeno.
            Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?            Título de una autodefinida "novela del donjuanismo", obra muy exitosa de 1930 del humorista madrileño Enrique Jardiel Poncela (1901-1952).

Vamos a revisar  un tópico repetido de manera incansable en los medios de comunicación barceloneses desde hace más de un siglo: la denominada "sociedad civil catalana". Tópico del que han hablado, y mucho, fuentes vulgarizadoras hispánicas de todo tipo. En todo el mundo, su existencia es axiomática. Su descripción, en cambio, destaca por la fragilidad o pobreza de los materiales y la escasez de los intentos. En consecuencia, nos vemos llamados a una tarea, llamemos forense, de comprobación. 

Companys
(...)Un glosario: definiciones de andar por casa

Repasemos las ideas. La expresión "sociedad civil" no aparece en los diccionarios, si bien es antigua y de uso habitual: inicialmente, en el siglo XVII, significaba "el conjunto de la cosa pública" (como en la obra de Adam  Ferguson, Assaig sobre la història de la societat civil, 1767; traducción  Península), pero con la progresiva definición del ámbito estatal y de la representatividad parlamentaria a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, pasó a significar - especialmente del siglo XIX en adelante - el grueso de activos sociales organizados en cualquier ámbito privado fuera del control público, entendido éste como estatal. Así, la sociedad civil englobaría todas las actividades privadas de la sociedad: empresas económicas o financieras, comercio al por mayor y al detalle, asociaciones corporativas o de defensa colectiva, entidades políticas, agrupaciones culturales, organismos de protección mutua, y así sucesivamente. Es posible relacionarlo con la aplicación del Derecho mercantil, que utiliza el término para definir cualquier entidad (sociedad) que se puede constituir sin una forma especial, excepto en el supuesto de que se aporten inmuebles, en cuyo caso se distingue entre sociedades civiles particulares o universales.

            El antónimo de "sociedad civil" sería "poder público"(...) lo contrario de  sociedad civil.

            Y, frente a los contrarios confrontados - sociedad civil y poder público -, se erigiría una opción sintética, de encuentro:

            "cultura  cívica", noción acuñada por los politólogos norteamericanos Gabriel Almond y Sidney Verba en su obra La cultura cívica (1963).
                    (...)Para hacer un balance, podemos constatar que la noción de "sociedad civil" fue menospreciada en los largos años de estatolatría - la adoración del Estado como impulso decisivo de todo - que dominaron el siglo XX. Así fue, al menos, hasta que el abrupto giro político de Thatcher  y Reagan  y la correspondiente respuesta aperturista de Gorbachov , al abandonar la expansión del Estado asistencial (...) supuso la nueva revalorización internacional de la expresión "sociedad civil".
(...)
Los discursos de la posmodernidad

(...)con la década de los noventa se hundió la histórica exclusividad del Estado. Desde el Congreso de Viena en 1815, el criterio oficial era que un Estado sólo hablaba con otro Estado mediante la diplomacia (...) desde 1992, han ido surgiendo las ONG como una fuerza que ha conseguido imponerse en los escenarios antes exclusivamente diplomáticos, como la ONU: en las sonoras palabras de Kofi Annan (secretario general, 1997- 2006), tan significadas que, al ser citadas oficialmente, ni tan sólo se les pone fecha: "Hubo un tiempo en que Naciones Unidas sólo trataba con gobiernos. Pero, ahora, ya sabemos que la paz y la prosperidad no se pueden conseguir sin asociaciones que impliquen a gobiernos, a organizaciones internacionales, a la comunidad empresarial y a la sociedad civil" (http://www.un.org/issues/civilsociety).

            Los politólogos, sociólogos y todas las disciplinas urgían la creación de un concepto sustitutorio, y se redescubrió la idea de la "sociedad civil"(...) En España, Víctor Pérez Díaz ha divulgado la "sociedad civil española" como el componente decisivo de la transición democrática y el despegue de España como sociedad básicamente aquejada del hecho de ser rica.

            Pero toda esta movida postmoderna en torno a la sociedad civil ha tenido muy poco que ver con la dinámica catalana, incluso en el caso de Pérez Díaz, cuyos argumentos tendrían que haber servido al menos como aviso de un cambio de fondo. En Cataluña, sin embargo, nadie ha querido darse cuenta, y todos han seguido con los tópicos de siempre sobre la excepcionalidad catalana por el hecho de disfrutar de una sociedad civil singular, cuando ya no lo es tanto, y los catalanes, además, ya son masivamente funcionarios (aunque sea de la Generalitat). En Cataluña, la sociedad civil (no siempre designada con este nombre, aunque sí haciendo referencia a esa idea) ha condicionado toda la vida política y social a lo largo del siglo XX, de forma mantenida, incluso obsesiva.


Todos los sectores habidos han bebido de este abrevadero ideológico con auténtica sed de poder. Nunca se han sentido satisfechos del todo, ni han sentido saciada su sed, pero todos cantan las excelencias de la fuente surtidora. Y todos actúan como si el siglo XX tuviese que durar indefinidamente, cuando ya hace tiempo que se acabó.

 
Una reflexión historicista
Parece lamentable, pero es un hecho: la mentira resulta imprescindible. Cualquier conjunción social necesita, para sostenerse, un entramado de lo que podríamos llamar "sueños despiertos ". Es comparable al hecho de que los   individuos se apoyen en los vínculos personales idealizados, como el amor o la estima. La urgencia de la literalmente pavorosa necesidad emotiva, tanto individual como grupal, provoca que sentimientos del todo evanescentes se cosifiquen (o reifiquen): es decir, lo que sólo consiste en emoción huidiza y contradictoria, una suma confusa y contradictoria de pulsiones, culpabilidades y otras programaciones profundas, además de añadidos de presiones más  recientes o coyunturales, queda mentalmente transmutada en algo sólido, evidente, literalmente fehaciente. Los sueños despiertos, al contrario de los sueños dormidos, son del todo comunicables; aún más, se contagian y generan dependencia en las otras personas. Queremos creer. Aun estando compuestos de reflejos parciales y malentendidos, los sueños despiertos parecen reales, por la razón de que las emociones que suscitan lo son. Vayamos más lejos todavía: cualquier vida social consiste en sueño despierto o, como dirían, los vedánticos y budistas, en vana ilusión.

            Un sueño vertebra la sociedad catalana, en la medida en que existe tal cosa totalmente cosificada (...) Sin sueño despierto y ampliamente compartido no hay relato histórico, ni mitología política, ni las imprescindibles identificaciones que configuran la participación y garantizan su transmisión y contagio. Como en todos los casos, el sueño que justifica la noción de los "catalanes" es circular: hay que creer que existen los catalanes para que, en efecto, existan. Más concretamente, en la medida en la que el sueño despierto catalán se vuelve insistentemente tautológico, y, por tanto, más atractivo, de movimiento, más catalanista, el relato cosificado adquiere mayor densidad: los catalanes, según la suposición constituyente, son algo aparte, diverso de su marco legal o político, que es presumiblemente espurio, ya que cada sueño despierto tiene que determinar la realidad que lo rodea, y decidir qué hay de real, o mejor, de auténtico en las categorías empleadas. Pero en el relato soñado catalán, hay un hecho diferencial que no permite que tal cosa colectiva catalana, entendida como fáctica, se confunda con otras cosas que, de forma accidental, se  sobreponen. La suposición catalana, o mejor catalanista, es, dicho sucintamente, que la historia se ha equivocado y tiene que ser corregida, allá atrás, en el pasado, y no ahora.

            Los catalanes - siempre según el relato de sueño despierto - son diferentes del resto de los españoles y/o hispánicos porque trabajan, ahorran, son currantes. Es reconocido que también pueden tener mucha cara, que tienen terribles arranques que todo lo destrozan. Algunos, al elaborar este relato solipsista, apuntan a la equivocación histórica como culpable de esos arranques: si pudiesen ser, vivir su autenticidad, vivirían tranquilos y realizados. Pero si profundizamos en la narración compartida del sueño despierto, si extraemos el relato, y vamos al corazón del pueblo (un topos del casi olvidado dramaturgo Ignasi Iglèsies), queda demostrado que las ganas laboriosas del colectivo siempre se sobreponen a las furias, es decir: el seny (la sensatez), el sentido común racial, de nuestra tierra, de la tierra, puede con el arrebato. Y la sensatez, no hay que decirlo, es asociativa.


La suposición de la excepcionalidad catalana

Se ha podido leer la experiencia del Sexenio Revolucionario, de 1868 a 1874, como una tentativa, liderada por el reusense Joan Prim, de imponer alguna especie de proyecto barcelonés a la política española. Así, los muchos  catalanes que se embarcaron con Prim - como Laureano Figuerola o Víctor Balaguer, entre otros - representaban una variedad bien dispar de lecturas sobre la disyuntiva pays réel-pays légal, como también las abundantes contradicciones entre las visiones opuestas a la neo-whigista Gloriosa Revolución, los Mañé i Flaquer o Duran i Bas que desconfiaron del cambio dinástico o, más aún, del experimento republicano, y un Almirall, por ejemplo, al que le parecía poca cosa.

            Pero nadie dudaba, ya en 1868, de la verdad de la dicotomía española entre la laborista, febril y humeante Barcelona y la gandula, burocrática y cortesana Madrid. El dualismo entre fabricantes "claros y catalanes" y  funcionarios con pretensiones (el "Vuelva Vd. mañana" de Larra) quedó fijado como la grieta central frente a cualquier modernización de la sociedad española. Dentro del agudo gusto por la autocontemplación propia, se produjo el autodescubrimiento de la sociedad civil catalana a lo largo de la década siguiente, sobre todo una vez pasada la tormenta revolucionaria.

            Hacia 1880, cuando Valentí Almirall intentó proyectar un movimiento de identificación catalanista, basado en la confluencia proteccionista de patronos, abogados y obreros, al estilo de los republicanos norteamericanos, el tópico ya estaba sellado y convertido en una perfecta cosificación. 


Es más, la creación oficial en 1887 del Registro Civil de Asociaciones confirmó la percepción de la propia relevancia catalana. Por aquel entonces, la rivalidad Madrid-Barcelona, la lucha por la capitalidad española entre "la Villa y Corte" tradicional y la  "contracapital" barcelonesa, totalmente insatisfecha con el papel de capital de provincia (¿como Soria o Cuenca?), se había convertido en el hecho que dominó, sin ninguna duda, la vida política y social española hasta finales de la Guerra Civil de 1936-1939.

            El cliché de la trabajadora Barcelona (pronto transmagnificada en "la Barcelona de los trabajadores") se fundamentaba en muchas ilusiones, algunas de ellas muy ilusorias. Se basaba en la suposición de que existía una industria catalana poderosa, pero el hecho era más bien que la producción catalana era muy frágil, dependiente por sus bajos costes y por sus escasos márgenes de beneficio, obtenidos en talleres raquíticos con pocos operarios y, a menudo, con maquinaria de segunda o tercera mano. No había una grande bourgeoisie, sólida y arraigada, en Barcelona (ni en Sabadell, Terrassa, Mataró, y otras ciudades fabriles), sino muchos "señores Esteve", unos pocos indianos y negreros, y una familia Güell y otra Muntades, y para de contar. El tejido burgués (neologismo venido del francés al castellano a través del catalán) era bien fino, poca cosa, y estaba tan vacío como las ínfulas españolas de ser una gran potencia con una flota y un ejército de rango.  


En Barcelona, como en Madrid, todo dependía de las apariencias, aunque no compartían su  preocupación por los mismos indicadores de rango social, de ascenso o de descenso. La pobre realidad catalana quedó tapada por el recurso, tan español, al excepcionalismo, por la convicción de que la puntualidad y la ética del trabajo en Cataluña eran raciales, como lo eran el desorden y la  pomposidad juridicista castellana, En la práctica, la solidez catalana dependía más de la "sociedad de familias", el tupidísimo entramado social de parentesco, de matrimonios cruzados (dos hermanos con dos hermanas, un hermano con la viuda fraterna, los enlaces entre primos...) que garantizaban que el juego de apellidos fuera totalmente reiterativo, como lo eran las muchas fabriquillas que adoptaban nombres sonoros de empresa. Por eso, la agudeza del espíritu socarrón catalán, la sorna, el sarcasmo, la descarnada ironía del idioma pronto acababa con cualquier intento de echar las campanas al vuelo.

            Nadie iba a enganchar a los corrosivos catalanes, y menos los españoles o "castellanos", con el vacío estatal, raquítico injerto de liberalismo en un tronco dinástico y absolutista. Nadie, salvo, claro está, ellos mismos. A lo largo del siglo XIX, la sociedad de familias fue creando unos hábitos que tenderían a adquirir aspecto muy sólido a fuerza de evitar hablar con alguien que no compartiese los mismos criterios. Si la red de parentesco ya parecía bastante reunida en el Liceu, todas las sedes sociales, los encabezados de papel de carta y la decoración empresarial también fueron tomando vida propia hasta aparentar ser una auténtica sociedad civil. Barcelona no sería la capital de nada (más que de la provincia de Barcelona), pero era el aparatoso centro de una densa red de empresas y personas sociales, bendecidas por el caduceo de Mercurio, dios del comercio, además de por otras figuras de la mitología fabril y mercantil.

            Habían surgido algunas entidades emblemáticas: el Liceu (1847, reconstruido en 1861 y 1994), el Ateneu Barcelonès (1860, copiado del de Madrid, 1835, y del de Londres, 1823), y el modelo se extendió pronto, ya que los menestrales y autodidactos no se creían inferiores a los señores, burgueses como Dios manda. Así se fundó el Ateneu Igualadí de la Classe Obrera en 1863, el primero de una larga cadena de entidades populares dedicadas a la autoayuda y a la autopromoción, del mismo modo que las mutuas pagaban los entierros (nadie lo haría, si no lo hacían ellos). Y así, de entidad en entidad, se produjo el milagro de la sociedad civil catalana. ¿Existía? Pronto corrieron las imágenes del despertar de los muertos: la del ave fénix, emblema del   significativo periódico La Renaixensa, se convirtió en logotipo arquitectónico de la construcción de la Barcelona moderna; incluso la de Lázaro: "Surge et ambula", dice Cristo, y el cadáver despierta de su letargo (es el lema de la Biblioteca-Museu Balaguer en Vilanova i la Geltrú o del Primer Congreso de la Lengua Catalana en 1906).

            El catalanismo político, por tanto, se edificó, totalmente convencido, sobre unos fundamentos asociativos en apariencia firmes y, sobre todo, únicos en España. Unamuno muestra a Eugeni D'Ors la grandeza solemne de Salamanca y Xènius le replicó que hacían falta cafés de barrio a la francesa (o sea, como los que abundaban en el petit París du sud). 


La primera campaña electoral de la Liga Regionalista, tras un "cierre de cajas" o huelga de impuestos de tenderos, se presentó como la de los "cuatro presidentes" (en realidad, ex presidentes de la Societat Econòmica Barcelonina d'Amics del País, el Foment del Treball Nacional, el Ateneu Barcelonés, la Lliga de Defensa Industrial i Comercial) en donde las entidades suplían a las instituciones públicas. La estrategia de ligas confiaba en los fundamentos de la sociedad civil, de la que Prat de la Riba fue un adepto entusiasta. De semejante seguridad nació Solidaritat Catalana, en 1906, que arrasó en las elecciones de 1907 como "alzamiento", según el poeta Joan Maragall. Sólo la Revolución de julio de 1909 indicó que quizá no todo era tan sólido como se creía y Cambó, por entonces distanciado de Prat, promovió una encuesta y descubrió que había bien poca sociedad civil, más agujeros que otra cosa. Quedó horripilado, tapó los resultados y comenzó a insistir en la necesidad de acceder al Estado, como "socialismo estatalista". 

Prat ya había asaltado la Diputación barcelonesa y se divirtió de lo lindo inventando instituciones públicas que suplían las carencias privadas, mientras el discurso oficial catalanista era todo lo contrario. ¿Cuál es, pues, la justificación? Que Cataluña "actúa en función de Estado" (fórmula recogida por Alexandre Galí, en su vasta recopilación descriptiva de las instituciones catalanas y/o catalanistas - y esa distinción resultó ser otro problema -). Finalmente, gracias al pacto de Cambó, primero con el liberal Canalejas y después con el conservador Dato, se obtuvo la anhelada Mancomunidad interprovincial y Prat pudo seguir, hasta su muerte en 1917, inventando organismos. Su heredero "liguero" al frente de la interdiputación, el arquitecto Puig i Cadafalch, modernizó la política pratiana al crear empresas para el desarrollo (teléfonos, por ejemplo), a la vez que, desgraciadamente, buscó sin éxito someter a los intelectuales a su disciplina.

            Para cuando llegó la Dictadura del General Primo de Rivera, nacida en Barcelona el 13 de septiembre de 1923, todos conocían ya el truco catalanista de publicar manifiestos con interminables listas de asociaciones, que ya no impresionaba a los militaristas y españolistas, que intentaron hacerle frente endureciendo la capacidad de intervención de la provincia y la Capitanía. Pero los obreristas sí que habían aprendido y copiado la lección catalanista.


 
¿En qué falla la supuesta excepcionalidad catalana?

Desde 1808 España no ha tenido un régimen político exitoso que haya durado al menos cincuenta años seguidos.No ha disfrutado, pues, de una cultura cívica consolidada e incuestionada. Todo lo contrario, ha sufrido la desgracia de una cultura de guerra civil: el guerracivilismo parte de la noción antiquísima de "guerra civil", o sea, guerra entre secciones geográficas o facciones políticas de un mismo país o Estado; sería, pues, la idea de que, durante un período largo y a partir de un conflicto interno violento particularmente traumático, una  sociedad está estructurada de forma escindida y partisana, en dos (o quizá más) grandes bandos ideológicos, que, identificados vagamente con derecha e izquierda, agruparían y resumirían las simpatías y enemistades de la contienda pasada, argumentando que el nacimiento de todo parlamento surgido de la experiencia histórica de una sociedad refleja esa "cultura de guerra civil", en la medida en que los grandes bandos ideológicos y parlamentarios reflejan al menos parcialmente los criterios de las partes en la guerra civil. Los ejemplos primordiales serían el Parlamento inglés de la Restauración después de 1660 o el francés, tras la Restauración borbónica en 1815.

            La tradicional pretensión catalanista ha sido que los problemas españoles no eran suyos. Las guerras civiles españolas - por tanto, forasteras - recaían sobre los pobres catalanes sin que éstos supiesen por qué. Es un bonito giro argumental, pero totalmente falso, ya que ha existido un guerracivilismo muy catalán, más o menos sostenido, desde el siglo XIV. Bandositat, en catalán, y particularidad, en castellano, son sinónimos, y describen un Antiguo Régimen catalanesco, anterior al llorado 1714, que fue un combate incansable a golpe de pedernal, que aportó al castellano la noción de pundonor (o punto de honor). En su sentido político, particularidad se puede entender a partir del término particularismo, definido por el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia como una "preferencia excesiva que se da al interés particular sobre el general; propensión a obrar por el propio albedrío". Hay que añadir una palabra más, muy propia: polarización. Esta palabra viene de la ciencia política y es una extrapolación de un término propio de la física (no reconocida en los diccionarios españoles o catalanes), que alude al hecho de girar, crecer, actuar, pensar en un sentido concreto, como si fuese el resultado de una atracción o repulsión magnética; así pues, la tendencia a la radicalización de posturas políticas cada vez más extremas e inclusivas que acompaña la ruptura social y el estallido de guerra civil.

            Desde 1919, la CNT -el anarcosindicalismo, sin partido político ni interlocutores fijos- había exigido entrar, y por la puerta grande, en la sociedad civil catalana. Obreros y patronos organizaron el mercado de trabajo, sin  arbitraje estatalista. Se le denegó el acceso y respondió a tiros. Los  empresarios se sintieron débiles. No es de extrañar que los protagonistas del sindicalismo patronal (o sea, agrupar a los patronos) fuesen los más pequeños, pero fachendosos, dueños de taller (como el famoso Graupera, con el puro en los dientes). Tampoco debe sorprender que el "sindicalismo libre" - de raíz católica y carlista - surgiera de los muchos obreros que no se sentían obreristas ni ácratas, que iban a misa o eran tan absolutamente libertarios que se negaban a comulgar con las tonterías bendecidas de los "chicos de la pipa" de los "grupos específicos" anarquistas y/o anarcosindicalistas. El juego del pistolerismo, muy conocido en todas partes, consistía, pues, en atentados personalizados entre organizadores sindicales de los unos y de los otros, patronos chulos ("a mi nadie me dice lo que tengo que hacer en mi taller") y operarios que iban a la suya, con un buen componente del "negocio de la protección" y con los policías metidos hasta las cejas. Con esto podemos trazar un vocabulario político de dos siglos: del bandolerismo decimonónico al   pistolerismo novecentista y, en la segunda mitad del siglo XX, al terrorismo. En resumen, una merienda de negros. Y el previsible juego de provocación-respuesta-provocación-respuesta. Huelga general y golpe de Estado, huelga general y boicot empresarial. Si los años de dinero fácil al abrigo de la neutralidad en la Gran Guerra de 1914-1918 trajeron un juego de entidades fantasmales, ahora el mismo juego se traspasó a la política, con entidades multiplicadas y sin contenido (como cuando liberales y mauristas intentaron registrar todo tipo de círculos locales más imaginarios que sustanciosos).

            Llegada a este punto, la política catalana se fundamentó en el bluf (farol), como suele pasar en tiempos de agitación cuando no se pueden contar votos. También en este punto constatamos la pobreza de la lengua catalana oficializada y fabriana para asumir los aspectos más oscuros de la propia realidad vivida en tierras de habla catalana: no hay sinónimos para el bluf de cartas o naipes, cuando todos los juegos importantes del país (el mentider, la botifarra) se basan en dar una falsa impresión a los adversarios. Por el contrario, los diccionarios ofrecen "fanfarronada", "fachenda", "presunción", "jactancia", o sea, términos que remiten al bragadaccio del militarismo españolista o a la ostentación más vacía, digamos al Cercle del Liceu o al Cercle Eqüestre, pero no a la esencia de las jugadas de los negocios y de la política que han sostenido más de un siglo de vida catalana.

            Durante la Dictadura de Primo de Rivera, de 1923 a 1930, nadie votó, así que el Gobierno hizo lo que quiso: el propio primorriverismo era un farol, ya que carecía del más mínimo fundamento legal. La proclamación de la II República fue asimismo un "órdago a la grande" que salió bien. Y el  renacimiento del anarcosindicalismo a lo largo de los años treinta, con sus revueltas antirrepublicanas, fue otra operación de escaparate: "un gigante con pies de barro", según el obrerista rival (y ex cenetista) Maurín. También lo fue el nacionalismo radical, lleno de Ejércitos de Cataluña que no luchaban y de "batallas de Prats de Molló" en las que no se disparaba ni un tiro.

            A lo largo de los años veinte, la prensa en catalán aumenta en cuanto a consumo, así como la edición, pero el cambio en 1931 demostró que comprar y leer no son lo mismo. La falsa realidad, desde entonces hasta ahora, ha sostenido un mercado en el que nadie lee, salvo unos cuantos que hacen de todo con tal de mantener las apariencias.

            Así pues, los años republicanos consagraron la tendencia a creer que las pretensiones asociativas eran resultados. En buena medida, el éxito tan fácil del golpe de Primo de Rivera en 1923 y la agitación callejera en 1931 convencieron a todo el mundo de que bastaba con aparentar para obtener el beneficio deseado. Con tan alegre criterio, media Cataluña se lanzó a la rebelión en octubre de 1934; y ayuntamientos y entidades públicas y privadas se solidarizaron con el Gobierno catalán, pero, después, se quedaron   sorprendidos al ser arrestados al día siguiente. No obstante, los militares que se impusieron cayeron en el también fácil error de suponer que sólo bastaba con sacar las tropas a la calle para que todos se encogieran; criterio equivocado, como comprobaron en el verano de 1936. Tampoco era tan sencillo, ya que todo el mundo se acostumbraba al vacío. La brutalidad de la Guerra Civil de 1936-1939, su naturaleza traumática, en resumen, tiene mucho que ver con esa ligereza acumulativa, de la que proviene la tendencia hispánica a creer más en la palabra y en su articulación formal que en los hechos, los costes y los precios a pagar.

            El franquismo fue consecuente con la tradición de la apariencia teatral, la política sonora e insustancial. Hubo un fuerte debate interno durante 1937   sobre el contenido nuevo del Estado Nuevo, que confrontó propuestas católicas y carlistas de índole corporativa con el nacionalsindicalismo verticalista de los presuntuosos falangistas, fachendas éstos sí, ya que si no se tenía en cuenta a los carlistas de verdad, no eran nadie (al menos en cifras), pero querían controlarlo todo, con el mejor y más moderno espíritu totalitario. Ganaron éstos últimos en la forma, pero no en el contenido, ya que la Iglesia Católica, muy partidaria de una sociedad civil bajo su control y purificada de discursos y liturgias competidores, se mantuvo en su espacio. La dictadura de Franco -siempre maximalista o vergonzante, "Estado imperial" o "régimen" por antonomasia - presentó una fachada totalitaria y una praxis interna de sistema muy poco ortodoxa, de andar por casa y en pantuflas, al menos mientras nadie los estuviera mirando.
 

"Rojoseparatismo" de retroalimentación

En resumidas cuentas, en Cataluña, el franquismo obligó a las entidades de la sociedad civil a someterse a una purga inicial y, luego, a mantenerse siempre bajo control. El sector católico más favorecido, el llamado opusdeísta - fuertemente vinculado a Cataluña (López Rodó) -, manifestó mediante la planificación el deseo preferente de una sociedad civil tradicional - o sea, monopolizada por la Iglesia - que, no obstante, lideraría el desarrollo económico, moral e incluso político de los españoles. En Cataluña, el protagonismo, que no liderazgo, de Porcioles indicó que el tejido local podía encabezar una recuperación, mientras los recursos estatales apuntaban a Madrid, capital pecadora que el régimen también tenía que corregir. El antifranquismo, en consecuencia, se embriagó con un pseudo-recuerdo de los años treinta: el rojoseparatismo de los tópicos franquistas en retroalimentación, invertido y tomado en serio, aunque nunca hubiese existido.

            La transición catalana, con un PSUC blando y frentepopulista, encarnación del nacionalcomunismo y pletórico de muchachos peludos que abandonaban el catolicismo social, confrontó un centro-derecha catalanista también post-católico (de aquí que asumiera la culpa de la Iglesia en su propia represión 1936-1937), pero que no podía admitirlo. Entre unos y otros, los "años treinta catalanes" fueron sintetizados en una nueva mitología que reimaginaba la sociedad civil como sindical, precisamente cuando los  sindicatos iban hacia un futuro de evaporación al iniciarse un cambio de gran profundidad en la naturaleza de la producción y el consumo en todo el mundo industrializado. El afán idealizador de los años treinta fue una equivocación grave, totalmente generalizada, fruto de percibir el pasado a través del verticalismo sindical y corporativo del franquismo, pero funcionó como un nuevo "sueño despierto". Quedó consagrado el sueño por el retorno de Tarradellas en 1977 y por la integración de un trozo republicano en la instauración de la monarquía juancarlista. La ficción de un pasado ideal reciente, a la vuelta de la esquina, ha demostrado ser adictiva para la opinión intelectual y política catalana, dispuesta con entusiasmo al sonambulismo.

            Así, la falsa memoria histórica, más o menos neocatalanista o neorrepublicana según las exigencias del guión, presidió la desindustrialización catalana, mientras los sectores de opinion-makers se funcionarizaban, como el resto de España, gracias a la invención del Estado de las Autonomías y de la ley fiscal de Fernández Ordoñez para pagarlo todo. En la medida en que encogía la base industrial catalana, el pujolismo lo reinventaba todo desde arriba, en espejo franquista, como inversión especular disfrazada de  autenticidad catalanista. A pesar de todo, la gran habilidad táctica de Pujol, que supo quedarse, durante dos largas décadas, con los sucesivos programas de las izquierdas, mientras él nadaba y guardaba la ropa, partía de un error de fondo garrafal. Como Prat, tuvo la inocencia de creer que la sociedad civil catalana realmente existía como algo sólido, que aguantaría su famoso  esquema de pal de paller. En la versión pujolista del sueño despierto, existía una Cataluña articulada bajo la pintura azul franquista: no haría falta nada más que quitar la pintura españolista, añadir prensa, radiotelevisión y escuela en catalán, y la patria resurgiría, naturalmente, como sociedad civil madura, mucho más madura que los pobres simulacros africanos que surgirían en las regiones loapizadas españolas. Así, cuanto más estimulaba el pujolismo el tejido asociativo y su sustrato económico desde una administración en expansión exponencial, más se encontraba con la sorpresa de que los fundamentos se fundían, hasta casi desaparecer literalmente, si no eran regados con regularidad con financiación pública. Los tripartitos maragallianos y montillescos que han sucedido al largo pujolato se han encontrado el "churro", del que han pretendido ser gestores, y así les ha ido.

            Algún día tendremos que despertar y soñar despiertos de una forma más plausible, si eso fuera posible.
(Texto de Enric Ucelay-Da Cal Catedrático de Historia Contemporánea. Universitat Pompeu Fabra)

jueves, 8 de marzo de 2012

La apoteosis del significado en La Nueva Enciclopèdia Catalana Digital: El libro de Estilo de Catatònia Triomfant

Tengo un pasajero, dentro de mi cuerpo. Conservo una enciclopedia catalana que ,dado el parecido, me hace las más de las veces de diccionario de español para términos técnicos y figuras retóricas.
Es una reliquia del proyecto antifranquista catalanista aunque el copyright es de 1987, la impresión es de octubre del 1993.
Deporte ,gimnasia...hagamos pesas. La evolución hacia su forma digital en internet...¿estaría marcada por el libro de estilo de Catatònia Triomfant?

Xarnego. "Persona de llengua castellana resident a Catalunya
i no adaptada lingüísticament al seu nou país." pos claro ya no Raza ,hijo de catalan y alguien de fuera, sino Cultura, una lengua,una cultura,una nación...un destino en lo universal.


Flamenc. Dit de les coses andaluses que s'assemblen a les dels gitanos. Toomaaa.

Nació. Comprenderás también que entre las primeras pesquisas que hice estuviera la voz nación. Sinceramente creo que este texto fundacional fue redactado por el Muñidor, aquel personaje decisivo, complejo, irremediable que nos redactó la versión original, la catalana catalana del nuevo Estatuto de Autonomía. Apártate que viene: “Comunidad de individuos a los que unos vínculos determinados, pero diversificables, básicamente culturales y de estructura económica, con una historia común, dan una fisonomía propia, diferenciada y diferenciadora, y una voluntad de organización y proyección autónoma que, al límite, los lleva a quererse dotar de instituciones políticas propias hasta convertirse en Estado.” ¡Determinados pero diversificables! ¡Diferenciada y diferenciadora! Siempre armado de sus fórceps el impagable homúnculo. Sobre comparar “catalanismo” y “españolismo” ya hemos hablado otras veces. Lo primero es una caricia y lo segundo un insulto: la asimetría fundamental de Cataluña.


Terra Lliure

"Organització revolucionària catalana clandestina, creada el 1979 per la fusió de sectors d'Independentistes dels Països Catalans amb els grups armats de l'Exèrcit Popular Català (creat el 1970) i de les Forces Armades Catalanes (1977).
Inicià l'activitat armada el 1980, però després de diverses dissensions internes i fracassos s'extingí el 1985. El mateix any es refundà i passà a tenir una relació més estreta amb el Moviment de Defensa de la Terra i amb el Partit Socialista d'Alliberament Nacional. El 1988 incrementà les seves activitats, amb atemptats contra organismes oficials i diverses empreses, fins que el 1991 un sector majoritari renuncià a la lluita armada i s'integrà dins Esquerra Republicana de Catalunya. Pere Bascompte, que havia estat el màxim dirigent de l'organització, entrà a militar dins d'ERC, tot i que el 1992 en presentà la baixa. Al setembre del 1995 es dissolgué la III Assemblea de Terra Lliure, formada per sectors de l'independentisme català que no havien acceptat la dissolució del 1991."

En la voz Terra Lliure no aparece “terrorismo” ni ninguno de sus derivados. No aparecen sus crímenes. El comienzo de la definición es calcado al de ETA: “Organización revolucionaria catalana clandestina.” Comprueba en qué manos ha quedado la revolución. Los crímenes. No busques el nombre de José María Bultó. Fue un potente empresario catalán. Fue asesinado por un comando nacionalista, mediante la implantación de una bomba en el pecho. La Enciclopedia no considera que sean razones suficientes para deslizar unas líneas entre cuna y tumba. Menos mal que sí recoge la entrada de uno de sus asesinos y esto es un gran bien, porque aunque se trate de una vía indirecta lo que importa es lo que importa. Aunque, ciertamente, sea incoherente que la voz del asesino no entre por lo más importante que hizo en su vida, que fue matar a José María Bultó, sino por haber redactado poemas y artículos de sardanas, y haber ejercido de corrector de catalán y periodista. 
 
Àlvar Valls i Oliva (...) "fou acusat i empresonat arran de l'assassinat de l'industrial Bultó (1977). En ésser-li impugnada l'amnistia obtinguda (1977), s'exilià i s'instal·là a Andorra."

miércoles, 29 de febrero de 2012

Unamuno: ¡Ah!, es que hay que tomar en serio a la farsa: El libro de Estilo de Catatònia Triomfant


"Les conozco a esos pobres diablos; les tuve que sufrir antaño. Querían convencerse de que eran una especie de arios, de una raza superior y aristocrática. Conocí más de uno que en su falta de conocimiento de la lengua diferencial del país nativo estropeaba adrede la lengua integral del país histórico, de la patria común, de esta mano que nos sustenta, entre Mediterráneo, Atlántico y Cantábrico, a todos los españoles. Su modo de querer afirmarse, más aún, de querer distinguirse, era chapurrear la lengua que les había hecho el espíritu.

Y luego decir que se les oprime, que se les desprecia, que se les veja, y falsificar la historia, y calumniar. Y dar gritos los que no pueden dar palabras.


«Pero ¿es que usted les toma en serio?», se me ha dicho ,alguna vez.
 ¡Ah!, es que hay que tomar en serio a la farsa.
Y a las cabriolas infantiles de los incapaces de sentir históricamente el país.
 
 Todo lo que en el fondo termina en la guerra al meteco, al maqueto, al forastero, al inmigrante, al peregrino, empieza en una especie no de ley, pero sí de costumbre de términos comarcales o regionales. Cuestión de clientelas. Y como si fuera poco la supuesta lucha de unas supuestas clases, viene la de las flamantes naciones.

¡Adónde he venido a parar desde la contemplación, desde la imaginación del paisaje y del país de esta mano de tierra que es España!"



MIGUEL DE UNAMUNO









MIGUEL DE UNAMUNO

martes, 28 de febrero de 2012

El mantra del déficit fiscal por Antonio Robles. El libro de Estilo de Catatònia Triomfant

Apuntar los diferentes mantras de la tribu.

El supuesto "maltrato fiscal" que sufre Cataluña a favor de comunidades que "se pasan la vida en el bar amarradas a un cerveza", ha pasado de ser un mantra del independentismo más friki, a máximo argumento del Gobierno de la Generalidad. Artur Mas lo acaba de internacionalizar desde el rotativo francés, Le Monde: "en Alemania el déficit de los landers está limitado al 4 por ciento. Es lo que nosotros pedimos".
Deposita el mantra, le da un toque de seriedad económica al implicar a Alemania, hace proselitismo internacional como si Cataluña fuera una colonia maltratada por España y le vuelve a soltar a Omnium Cultural 1,4 millones de euros para construcción nacional. Es el guión tópico y típico: Se inventan un cuento (en este caso el límite del 4 por ciento de solidaridad interterritorial en Alemania) y lo repiten hasta convertirlo en una verdad incuestionable. Jordi Pujol, en los medios y Duran i Lleida hasta en el Congreso de los Diputados.

Afortunadamente, esta vez, Convivencia Cívica de Cataluña ha respondido al cuento
con argumentos y números: ni Alemania pone límites a la solidaridad interterritorial, ni Cataluña arrastra un déficit fiscal mayor que los landers alemanes con mayor déficit, ni Cataluña es la comunidad que mayor aporta. Madrid y Baleares aportan más. Merece la pena leer con detenimiento el Informe de CCC.

Análisis del déficit fiscal catalán-Comparación de Cataluña con los länder alemanes.

Si jerarquizamos lo que aportan los landers alemanes con mayor déficit fiscal y los jerarquizamos con las comunidades españolas con igual criterio nos darían estos resultados por orden de mayor aportación fiscal: Hessen (-10,1 por ciento), Comunidad de Madrid (-9,0%), Baden- Wurttenberg (-9,0 por ciento), Baleares (8,0 por ciento), Hamburgo (7,4 por ciento), Baviera (6,7 por ciento), Cataluña (6,5 por ciento), Comunidad Valenciana (3,4 por ciento).

A la luz de los datos, ni Alemania pone el límite del 4 por ciento como mayor déficit fiscal, ni Cataluña tiene un saldo negativo respecto al resto de España, ni es Cataluña quién más aporta. En realidad ocupa el tercer lugar después de Madrid y Baleares. Mientras tanto, el periodismo en Cataluña ni investiga, ni cuestiona ni contrarresta la propaganda. Ha tenido que ser una asociación no subvencionada quien denuncie este "populismo de bolsillo".

El nacionalismo ha pasado de excitar los sentimientos más manipulables de la naturaleza humana a través de la lengua, al descaro del concierto económico y la insolidaridad interterritorial. Ya no se lo callan, lo exigen públicamente. Hoy el negocio nacional necesita dividendos, hay demasiada gente viviendo de él y la crisis pone en riesgo su sotenibilidad. Lo que sea para no perder privilegios.

Sería bueno, que se publicaran balanzas fiscales desde distintos organismos públicos y privados, se contrastaran números y, al final, se recordara desde el Estado que en España lo aportado por los españoles se reparte según necesidades. Pretender sacar provecho mayor por tener mayor déficit fiscal, es olvidar que déficit fiscal significa superávit fiscal. Por si todavía queda algún incauto.




Fin

Libelo sobre la cultura en euskera de Matías Múgica: El Libro de Estilo de Catatònia Triomfant

Unos extractos del Libelo sobre la cultura en euskera de Matías Múgica por su interés en cómo arroja claridad sobre el estudio de la construcción estética que nos ocupa:











(...)"Otro ejemplo: Tomo en mis manos un precioso libro de arquitectura sobre el caserío vasco, una verdadera joya, editada por la Diputación Foral de Guipúzcoa. El texto está solo en euskera. Alentado por la repetida pero nunca suficientemente frustrada esperanza de encontrar algo bueno directamente compuesto en euskera, empiezo a leerlo. La sintaxis desquiciada, las ambiguedades léxicas, los errores, la rígidez y pesadez del texto, cuasi ininterpretable, no pueden engañar: esto es una traducción, además mala, y no precisamente de las intracraneales que mencionaba antes, sino de las descaradas.

Al final del texto encuentro dos apéndices en letra pequeña impresa a dos columnas: Las “traducciones” española y francesa del “original” vasco. Empiezo a leer y sigo con fruición una excelente redacción castellana: acabo de dar con el original. Y apunto en mi libreta de cabreos un nuevo caso de camelo funcionarial cometido a costa de la calidad de una obra. No me voy a cansar en buscar más casos: todo el mundo sabe que este tipo de pamemas son frecuentísimas.

…/…

Vengo a decir dos cosas, y parece mentira que me haya costado tanto decirlas: primero que la cultura vasca es mala. Incluso muy mala. Salvo excepciones, es una cultura pueblerina y sin interés, que no puede bastar para la formación de nadie. Esto, en sí mismo, no constituye ninguna crítica: por diversas razones es lógico y previsible que sea así. Lo que no es tan normal y sí merece crítica, es intentar presentarla, como se hace constantemente, como un equivalente o incluso posible sustituto de la cultura mayoritaria del país, con vocación de ser algún día su cultura única; esto en mi opinión es peligroso e irresponsable, sobre todo teniendo en cuenta que las víctimas de la “homologación” van a ser los jóvenes. El día en que estos dejen de educarse en culturas “extranjeras”, por seguir usando jerga paranoica, y las sustituyan por la “propia” (y esto, no me cabe duda, es lo que muchos pretenden e incluso ya van consiguiendo), habremos dado un gran paso en el descerebramiento del país, cosa que no puede sino preocupar a alguien con un poco de conciencia.

Claro que el descerebramiento conecta bien, la verdad sea dicha, con el espíritu de los tiempos: en la regresión a la barbarie parece que los vascos vamos bien situados. No es que nos hayamos movido nosotros de la cola a la cabeza de la tensión histórica; nosotros, lo sabe todo el mundo, no nos movemos nunca. Es la tendencia la que se ha invertido y en esa vuelta atrás nos ha pillado a nosotros donde siempre: en nuestro amado primitivismo, convertido súbitamente en primor de modernidad, como esos estratos vetustos que un oportuno plegamiento desentierra y deja por encima de materiales mucho más recientes. No hay como tener paciencia para que algo vuelva a ponerse de moda.

En segundo lugar, he querido poner de manifiesto el muy bajo nivel de realidad, tanto social como personal, de este tinglado: la cultura vasca consiste en gran parte en un continuo, y desesperante, “hacer como si”.

(...)

Pero me interesa no abandonar el hilo de estos “mundos del euskera”. Hay un rasgo suyo, muy importante, y que está a la vista de todo el mundo, pero que no encuentro reseñado en ninguna parte: estos euskaldunes urbanos practicantes, y militantes, viven casi sin excepción de vender euskera. Insisto en que me refiero solo a los medios urbanos castellanoparlantes del país, que son los que conozco bien. Aquí, el grueso de la gente que usa el euskera con asiduidad, que ejerce su vascofonía, trabaja en una actividad cuya tarea principal, cuya razón de ser, es utilizar y hacer utilizar la lengua: irakasles, andereños, técnicos de euskera, traductores, periodistas, locutores… etc. No es que hablar euskera en nuestras ciudades sea solo un oficio, pero me atrevería a decir que va siendo fundamentalmente un oficio y cada vez más un oficio. Es cierto que, fuera de los núcleos de profesionales, existe cierta población euskaldun, inmigrante, que habla su idioma de forma amateur, sin cobrar, ya que su contribución a la sociedad es de naturaleza más tangible. Pero estos son pocos, y sobre todo no tienen ningún peso: el tinglado no está montado por ellos ni para ellos. Está montado cada vez más para los otros: para una especie de élites subvencionadas que se venden euskera a sí mismas. Lo cual no les impide declararse a troche y moche perseguidas, marginadas, acosadas e incluso acorraladas, por decirlo en términos muy queridos por la paranoia ambiente.

El “mundo del euskera” cobra por mover la lengua y moverla en ese idioma. Entender este hecho ayuda a ver más claro en ciertas actitudes estridentes que se prodigan mucho: ayuda, por ejemplo, a deslindar, en la eterna reclamación de más dinero para el euskera, qué hay de reivindicación laboral encubierta, y qué de desinteresada reclamación de justicia, que también la hay. En este entorno, más dinero para el euskera significa de forma muy directa e inmediata más dinero para mí y mis amigos; las ideas y los intereses coinciden, situación siempre peligrosa (en un tiempo era algo que se le reprochaba mucho a la burguesía), y que puede despertar serias dudas sobre la honradez de un movimiento. Al escéptico, un oído interior le traduce las soflamas justicieras al uso a términos más humanos.

Esta profesionalización depende casi enteramente, cómo no, de la Administración, bien directamente (funcionarios), bien vía subvenciones. Precisando más, es el sistema educativo el que absorbe a casi todos estos euskaldunes de nómina. El esfuerzo administrativo de recuperación del idioma, en efecto, se centra en la población escolar, no por casualidad: la enseñanza siempre es el escenario preferido del reformador social, debido a una preciadísima característica de los escolares y estudiantes: no pueden salir corriendo cuando asoma el reformador, como tienen por costumbre los adultos. Esta preciadísima característica suya los deja a merced de cualquier experimento sin que haya que pedirles permiso.

No voy a hablar de la efectividad de la enseñanza para resucitar el euskera donde ya no se habla o implantarlo donde nunca se ha hablado . El tema es vidrioso y tentador pero me apartaría demasiado de mi camino. Sí quiero, en cambio, hacer unas observaciones, que me pillan de paso, sobre la dependencia entre la cultura en euskera y el sistema educativo. Algunos párrafos atrás decía que la clientela de la cultura vasca era un pequeño subsector de los vascoparlantes nacionalistas. Me refería entonces, naturalmente, al mundo por así decirlo civil. Olvidaba mencionar el verdadero balón de oxígeno que mantiene viva a la kultura en todas sus manifestaciones: la escuela en euskera. A la vista de la indefinida huelga de interés de la sociedad en general, la kultura vasca ha evitado el desastre nuevamente refugiándose en terreno protegido y especializándose en el mejor de los consumidores: el forzoso.

Por ejemplo: hace unos meses el Egunkaria reseña que se ha fundado una organización, de fondos ampliamente públicos, supongo, para introducir y difundir en las escuelas e institutos cine doblado al euskera. “En las salas comerciales” – comentaba, audaz y rompedor, el periodista euskaldun – “va poca gente”. Y es cierto: voluntariamente y pagando casi nadie va nunca a ver una película en euskera, salvo algunos incautos que nunca perdemos la esperanza de cambiar de opinión. ¿Qué hacer? ¿Constatar que nadie necesita nada de todo esto y resignarse? No les hable usted de resignación a los vascos, raza celebradamente emprendedora (si todo lo que tienen de emprendedores lo tuvieran de creadores no les sería necesario andarse con estas ortopedias): Hay en principio dos soluciones: primera: ya que el sector voluntario muestra esa reprobable desafección, hay que buscar un sector de población suficientemente grande al que no haya que pedirle permiso para sentarle a ver un espectáculo en euskera. Esto, en una sociedad democrática, solo puede conseguirse con menores de edad. Aquí es donde han conseguido sobrevivir tanto el cine como el teatro en euskera.

Voy a acabar, porque las dimensiones de este escrito escapan ya a cualquier estándar y porque se me agota el venero de irritación que me movía. Pero me gustaría recapitular la esencia de estas reflexiones.

Vuelvo a resumir dos cosas:

1. primero que la cultura vasca es mala. Incluso muy mala. Salvo excepciones, es una cultura pueblerina y sin interés, que no puede bastar para la formación de nadie. Esto, en sí mismo, no constituye ninguna crítica: por diversas razones es lógico y previsible que sea así. Lo que no es tan normal y sí merece crítica, es intentar presentarla, como se hace constantemente, como un equivalente o incluso posible sustituto de la cultura mayoritaria del país, con vocación de ser algún día su cultura única; esto en mi opinión es peligroso e irresponsable, sobre todo teniendo en cuenta que las víctimas de la “homologación” van a ser los jóvenes. El día en que estos dejen de educarse en culturas “extranjeras”, por seguir usando jerga paranoica, y las sustituyan por la “propia” (y esto, no me cabe duda, es lo que muchos pretenden e incluso ya van consiguiendo), habremos dado un gran paso en el descerebramiento del país, cosa que no puede sino preocupar a alguien con un poco de conciencia.

Claro que el descerebramiento conecta bien, la verdad sea dicha, con el espíritu de los tiempos: en la regresión a la barbarie parece que los vascos vamos bien situados. No es que nos hayamos movido nosotros de la cola a la cabeza de la tensión histórica; nosotros, lo sabe todo el mundo, no nos movemos nunca. Es la tendencia la que se ha invertido y en esa vuelta atrás nos ha pillado a nosotros donde siempre: en nuestro amado primitivismo, convertido súbitamente en primor de modernidad, como esos estratos vetustos que un oportuno plegamiento desentierra y deja por encima de materiales mucho más recientes. No hay como tener paciencia para que algo vuelva a ponerse de moda.

2. En segundo lugar, he querido poner de manifiesto el muy bajo nivel de realidad, tanto social como personal, de este tinglado: la cultura vasca consiste en gran parte en un continuo, y desesperante, “hacer como si”, con la esperanza, me imagino, de que algun día haya un punto de inflexión y la cosa eche a andar. Por ahora el motor rueda mayormente en vacío por mucho que los pasajeros pongan aplicadamente cara de velocidad. Esto, curiosamente, no es exactamente algo que se ignore. Al contrario, parece estar en la mente de todo el mundo, aunque rara vez se diga, y menos públicamente. La idea subyacente parece ser la de resistir, disimular, que algo exista, aunque sea un simulacro, que a través de la noche un hilo de luz -gure asaben lokarri zaharra- una el último crepúsculo con el próximo amanecer. Pero ¿verdaderamente se puede llamar a esto existir? En esta cuestión más que en ninguna, esse est percipi, el objeto no existe fuera del acto de percepción. Estas cosas solo existen en la medida en que tienen una penetración social. Pero no la tienen. Es terriblemente sintomático que cuando por la naturaleza del medio esa penetración no puede maquillarse ni simularse sea generalmente cercana a cero y el medio decaiga hasta casi desaparecer . Una parte considerable de la cultura vasca, me temo, no tiene otra forma de existencia que la que le confiere el figurar en las estadísticas; las mismas estadísticas con las que el funcionario o criptofuncionario de turno, inasequible al desaliento, nos demuestra que en esto del vasco todo va que chuta, en gran parte, por supuesto, gracias a él.

Recomiendo el libelo entero. 20 páginas:
Libelo sobre la cultura en euskera de Matías Múgica
Libelo sobre la cultura en euskera de Matías Múgica:
http://es.scribd.com/doc/6608949/Libelo-Sobre-La-Cultura-en-Euskera-Matias-Mugica








Fin

sábado, 18 de febrero de 2012

Otra Historia de Cataluña .El Libro de Estilo de Catatònia Triomfant




Desde hace 150 años hacen y deshacen a su antojo en Catalunya. Se trata de 300 familias ligadas por lazos de parentesco endogámicos que acumulan patrimonio, lo fusionan, a través de matrimonios de sus hijos e hijas y controlan los negocios, la sociedad, la cultura y la política catalana. Ellos construyeron el catalanismo político y ellos lo han gestionado en exclusiva. No se han enterado todavía, pero su ciclo toca a su fin. Su canto del cisne han sido los casos Palau y Pretoria, tras los cuales nada será igual en Catalunya.

Félix Millet era algo más que un estafador (presunto, claro, porque en la Catalunya de la oligarquía todo es presunto a la espera de que el proceso jamás se celebre) especializado en desviar fondos del Palau de la Música a sus cuentas de gastos personales hasta más allá de lo grotesco y mezquino. Félix Millet era sobre todo “un patriota catalán”, penúltimo vástago de un linaje decimonónico vinculado a los negocios y al catalanismo político. Su modo de actuar denota una sensación de impunidad absoluta. Desde 2002 la Sindicatura de Comptes (el equivalente catalán del Tribunal de Cuentas) detectó anormalidades, las cuales no impidió que la Generalitat y otras instituciones condecoraran y honraran a Millet.

El despacho de este “prócer catalán” en el Palau era frecuentemente visitado por los grandes nombres de la sociedad y de los negocios locales. No iban allí para pedir favores o recomendaciones sino para dar dinero. Y es raro, porque Millet, habitualmente era quien les llamaba y les solicitaba donaciones. Su orgullo y soberbia llegaban hasta el punto de no desplazarse a la oficina de los que sableaba, sino que los citaba en la suya seguramente para jugar en terreno propio.

Esbozo histórico: hacia una “música nacional de Catalunya”


Félix Millet llevaba treinta años al frente del Palau de la Música. La música le importaba, literalmente, un pepino, pero el lugar, en tanto que uno de los centros históricos de relaciones entre la oligarquía catalana desde principios del siglo XX, era una institución que permitía conmover a los patricios de las 300 familias de la alta burguesía y obtener de ellos jugosas donaciones. Desde que el Conde de Güell, en el último tercio del siglo XIX, financiaba de su bolsillo todas las actividades catalanistas, existía en esos círculos “ilustrados” la noción de crear una “música nacional de Catalunya”. El Gran Teatro del Liceo no parecía el lugar más adecuado para ello.

Las óperas wagnerianas, al decir de aquella generación catalanista, eran “paganas” y, en cualquier caso, poco católicas y nada catalanas. Sin embargo, era lo que los amantes de la música exigían en aquella época. El wagnerianismo penetró profundamente en los gustos de la aristocracia económica del Liceo de la misma forma que las masas corales se habían extendido entre las clases populares gracias a la obra de Anselm Clavé, francmasón y socialista utópico. Clavé se había inspirado en el libro Viaje a Icaria, de Etienne Cabet (uno de los padres del comunismo utópico cuyo pensamiento logró penetrar profundamente en los círculos revolucionarios barceloneses). Cabet contaba que en su sociedad ideal icariana los obreros irían cantando al trabajo y trabajarían cantando coralmente para establecer vínculos fraternos entre todos ellos. Anselm Clavé llevó esta idea a la práctica y, desde entonces, las masas corales siempre han tenido cierta raigambre popular en Barcelona. Pero el Conde de Güell no estaba cómodo ni con las óperas wagnerianas seguidas por la alta burguesía, ni con las masas corales que atraían a las clases populares frecuentemente impregnadas del naciente socialismo. En efecto, ni en unas ni en otras se encontraba ese carácter catalanista que tanto ansiaba. De ahí que propusiera la construcción de una “música nacional de Catalunya” y para ello estuviera dispuesto a poner sobre la mesa sus ingentes y casi ilimitados fondos.

Güell fracasó a la hora de crear una “ópera nacional catalana” capaz de rivalizar con el wagnerianismo. Aprovechando que el mecenas tenía grandes propiedades en las costas del Garraf, un músico que formaba parte del entorno de los Güell, García Robles, decidió dedicar una ópera peripatética a esta comarca. La ópera se llamó “Garraf” y sería difícil decidir si la música compuesta por García Robles era lo peor o lo farragoso del texto escrito por el poeta Ramón Picó i Campañas, secretario personal del Conde de Güell, deslucía más la obra… Robles, por cierto, escribió para el Orfeón Catalán un “Himno a la Bandera Catalana” y la trilogía “Catalonia” evidenciando que hacía todo lo que podía para satisfacer al mecenas.

Más fortuna tuvo el Orfeón Catalán, sociedad coral fundada en 1891, surgido de las masas corales de Clavé “catalanizadas”. El Orfeón fue fundado por Lluís Millet i Pagés y para darle una sede social se construyó el Palau de la Música Catalana cuyo sobrino-nieto saqueó en los últimos 30 años. En Catalunya se dice que los padres crean las empresas, los hijos las expanden y los nietos las destruyen… Con algunas diferencias, más o menos, esto fue lo que ocurrió en el Palau de la Música

Félix Millet padre, hombre clave del catalanismo político de postguerra.

Tenía algo de razón Félix Millet cuando consideraba el Palau de la Música y el Orfeón Catalán como una especie de jardín familiar. Si Lluís Millet y Pagés (1867-1943) fundó estas instituciones con la única intención de reforzar el catalanismo político y su intención de “construcción de una música nacional de Catalunya”, fue el arquitecto Domenec i Montaner (otro catalanista que, naturalmente, proponía la creación de una “arquitectura nacional de Catalunya”… de la que él, Gaudí y Puig i Cadafalch serían sus máximos exponentes) llevó a cabo el proyecto que se inauguró en 1908. Las 300 familias encabezadas por Güell financiaron el edificio que siempre destacó por su excelente sonoridad y la discutible calidad estética de los exteriores.

Félix Millet i Maristany (1903-1967), sobrino del fundador se crió entre el ambiente catalanista del Palau y los jesuitas de Caspe que no lograron hacer carrera del zagal. Éste optó como toda la alta burguesía catalana de la época, por la política de las fusiones familiares que entrañaban también fusiones económicas, y casó con la “pubilla” (hija mayor de una familia, destinada a recibir la herencia) de la familia Tusell, clan de industriales, entre cuyos negocios figuraba una agencia de seguros al frente de la cual fue colocado el papá del protagonista del “Caso Palau”.

En esa época, prácticamente todo el nacionalismo catalán era, como el vasco, católico y Félix Millet padre, siguiendo órdenes del obispado de Barcelona creó a sus expensas la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FEJOC) en 1931 y pocas semanas después, de Unió Democrática de Catalunya. Al estallar la Guerra Civil, la FEJOC sufrió 400 bajas la mayoría asesinados por la FAI. Los Millet lograron escapar hasta la Italia fascista en donde papa Félix se hizo cargo de una empresa de seguros italiana que en plena guerra instaló en la Sevilla de Queipo de Llano. Pero Félix Millet hizo algo más en los últimos meses de guerra, mientas gente de su edad daba la vida en los frentes: hizo negocios.

Con los dineros obtenidos compró la Compañía Hispano-Americana de Seguros y Reaseguros, empresa que trabajaba con el gobierno fascista italiano durante la primera fase de la II Guerra Mundial. Las empresas vetadas por los aliados por estar vinculados visiblemente a la Italia fascista eran sustituidas por una tapadera, la compañía de Félix Millet. Eso le permitió amasar una gran fortuna y comprar el Banco Popular de Previsión a través del cual trabajaría luego con el poderoso sector bancario del Opus Dei. Por si esto fuera poco, la compañía italiana para la que había trabajado, en agradecimiento a los servicios prestados le regaló el 25% de acciones del Banco Vitalicio. Entre este pequeño holding bancario y los seguros, Millet se convirtió en una de las grandes fortunas de la Catalunya de postguerra y como tal participó en grandes negocios en la Europa destrozada que surgió de la II Guerra Mundial. Sus negocios de seguros abarcaron todos los países de Europa Occidental incluyendo Alemania, Francia e Italia y llevando sus tentáculos a la por entonces próspera República Argentina.

En 1941 impulsó la renovación de los Jocs Florals y financió la creación de la Sociedad Benéfica Minerva que ayudaba económicamente a los intelectuales catalanistas en el exilio que deseaban volver. En 1947 tuvo lugar un hecho cuya importancia generalmente no se valora en su justa medida. El catalanismo empezó su reconstrucción. Esta no se hizo a través de movimientos políticos, sino mediante iniciativas religiosas y culturales. El mejor prosista en lengua catalana, Josep Pla, había dado la idea de reeditar las obras de Verdaguer (a partir de 1940 ya se publicaron sin el más mínimo problema con la censura obras escritas en catalán… de autores católicos). Otros, como mucha más fe católica que Plá, siguieron por esta vía en 1945, cuando el abad benedictino de Montserrat (Aureli Escarré) empezó a preparar las Fiestas de la Entronización de la Virgen de Montserrat junto a Félix Millet i Maristany. La idea, en principio, no era mala: se trataba de “reconciliar” a los catalanes que habían combatido en ambos bandos.
Ibáñez Escofet en su libro “La Memòria és un gran cementiri” recuerda que fue allí en donde por primera vez emergieron los nombres de Ainaud de Lasarte (historiador, luego diputado de CiU), Joan Raventós (luego líder del PSC), Josep Benet (luego líder del PSUC y profesor particular de los hijos de Félix Millet) o el propio Jordi Pujol. El acto es considerado por la historiografía catalanista como el punto de arranque del movimiento que todavía en esa época estaba íntimamente vinculado a las esferas eclesiásticas.

Pero Félix Millet i Maristany participaría en otras dos iniciativas importantes para la reconstrucción del catalanismo político: la creación del Ómnium Cultural (1961) de la que fue primer presidente y en la fundación de Banca Catalana que asumió la financiación del catalanismo. Por lo demás, a partir de 1951, asumió también la presidencia del Orfeón Catalán que ya empezaba a ser una “empresa familiar” de los Millet. A pesar de sus gigantescos recursos, ninguno de los Millet destacó como “líder político”. Cuando se producen los “hechos del Palau”.

En efecto, el 19 de mayo de 1960, cuando se conmemoraba el centenario del nacimiento del poeta Joan Maragall. Una parte de los asistentes cantó el Cant de la Senyera (composición de Lluís Millet sobre un poema de Joan Maragall, compuesta como himno del Orfeón Catalán) en presencia de varios ministros de Franco. Resultaron detenidos los organizadores y sometidos a consejo de guerra, entre ellos Jordi Pujol (que siempre negó responsabilidad en los hechos). El episodio tuvo lugar precisamente en el Palau de la Música. A partir de ese momento, Pujol se convierte en el centro del catalanismo político de postguerra cuyo periplo durará hasta 2003 cuando no se presente de nuevo como candidato a la presidencia de la Generalitat.

El último Millet.

Fèlix María Millet i Tusell era hijo de Fèlix Millet i Maristany. Mientras sus hermanos mayores se dedicaron a ampliar la fortuna familiar al frente del holding bancario (el Vitalicio y el Hispano; y el mayor, Salvador llegará a presidente de La Caixa entre 1980 y 1987), Fèlix fue enviado por la familia a Guinea Ecuatorial cuyo único negocio era el plátano y el cacao. Acabada la aventura africana tras la descolonización, en 1974, participó con otros dos nombres ilustres del catalanismo político, Josep Trias de Bes (militante del PSUC en los 60, pasado al socialismo catalanista en 1973, luego al partido pujolista CDC desde 1976, en 1995 al PP y desde 2009 en UPyD… lo cual no fue obstáculo para que firmara el Manifiesto del Sí al Nou Estatut) y Joaquím Molins (pasado del Centre Catalá en 1976, a UCD en 1979, luego en 1981 a CDC ocupando distintos cargos hasta que se retiró en 2001) en Renta Inmobiliaria Catalana fundada por los hermanos Baquer i Miró (otros apellidos catalanes ilustres). La cosa fue bien hasta que empezaron los problemas. Fèlix Millet acabó quince días en la Cárcel Modelo acusado de estafa y condenado luego por “impudencia” que “facilitó un delito de falsedad”. El País publicó la sentencia el 31 de octubre de 1984. A pesar de que la fiscalía lo solicitó, el tribunal no autorizó el procesamiento de Joaquim Molins y Josep María Trias de Bes, miembro del Consejo de Administración de Renta Catalana. Los perjudicados por la imprudencia de Fèlix Millet y la falsedad de Ignasi Baquer fueron en total 120

Sin embargo desde 1978 fue nombrado presidente del Orfeó Català sustituyendo a otro apellido de “los 300”, Joan Anton Maragall. Éste Maragall, hijo del poeta Joan Maragall y, por tanto, tío del ex presidente de la Generalitat Pasqual Maragall, tiene también una carrera emblemática del camaleonismo de este grupo selecto de familias oligárquicas catalanas: amigo íntimo del alcalde franquista José María de Porcioles, Joan Antón colocará a su sobrino Pascual en el Ayuntamiento –después de que éste formara parte del Front Obrer Catalán y fuera enviado al exilio dorado tras ser desarticulado el grupo-, en la guerra civil había huido a Burgos para ponerse a las órdenes de Franco y trabajar con Eugeni D’Ors –catalanista de derechas como él- y así hasta el inicio de la transición que le coge al frente del Club Catalònia (nacionalistas de derechas.

El mismo año en el que Millet es condenado por el feo asunto de Renta Catalana, se crea la Fundación Orfeó Catalá-Palau de la Música destinada para asegurar la financiación pública a estas instituciones presididas por él. A partir de ese momento se produce la riada de fondos con que la Generalitat obsequia a una de las instituciones que ya han pasado a ser tradicionales en Catalunya y que permitieron ampliar el Palau con unas obras discutibles e innecesarias que, según los expertos, terminarían arruinando la acústica del local.

A lo largo de los 32 años en los que Millet estuvo al frente de la institución, incluso sectores catalanistas –Ernest Lluch, por ejemplo- denunciaron la decadencia de la institución. Paradójicamente, contra más fondos públicos y privados afluían a la entidad, ésta caía en más atonía. Hoy se sabe que los músicos eran becarios y se ignora lo contabilidad real de prácticamente 32 años…

Las 100 familias, las 300 familias, las 400 familias.

Al estallar el Caso Palau, la primera reacción del nacionalismo fue asumir una defensa cerrada de “uno de los suyos”. Oriol Pujol, quinto hijo del expresident de la Generalitat negó las acusaciones y salió en defensa de Millet alegando que se trataba de “un nuevo ataque al país”. La Catalunya “que pesa” conocía perfectamente que el Palau de la Música se había convertido en un semillero de contactos y relaciones económicas que nada tenían que ver con la música. Y si se quería participar en esta trama de reparto de contratas y prebendas que pasaban a través de Millet, había que pagar un peaje: financiar el Palau que era como financiar el huerto de Millet, esto es, al propio Millet. La primera reacción de Oriol Pujol supuso la reacción visceral de un miembro de la oligarquía catalana que consideraba que el ataque contra uno de los suyos, era el ataque contra todos. Pero la abundancia de indicios hizo que esa línea de defensa fuera inmediatamente abandonada so peca de aumentar el descrédito de la oligarquía catalana. Las “familias” de la oligarquía recalibraron pronto su estrategia. Mejor dejar caer durante unos meses a Millet para evitar que la opinión pública se fijara en ellos. ¿Quiénes son estas familias oligárquicas?

Carles Carretero, ex conceller de la Generalitat y ex dirigente de ERC, actualmente embarcado en la aventura independentista del Reagrupament junto al presidente del Barça, Joan Laporta, lo dijo muy claramente el pasado otoño: “no queremos una patria empobrecida en la que 400 personas lo deciden todo y lo reparten todo”. Esta alusión a “los 400” parece enigmática sin embargo deriva de una frase pronunciada por Fèlix Millet i Tusell: “Somos unos cuatrocientos y siempre somos los mismos”, citando como lugares de encuentro el Orfeó Català, el Círculo del Liceo, la tribuna del FC Barcelona y La Caixa… No se trata de los “organismos de gobierno” de la sociedad catalana pero sí en donde se relaciona la gente que tiene poder real. Cuando Josep Lluís Núñez quiso ampliar sus relaciones lo hizo en el marco del Barça. Su problema era que sus apellidos carecían de pedigrí catalanista. No era de los 400… Es curioso que Fèlix Millet se incorporara a la candidatura de Núñez, continuara con el siguiente presidente de la entidad, Joan Gaspart incluso a pesar de que se hubiera presentado en la candidatura rival de Bassat O’Ghilvy… Si Millet fue requerido por Núñez se debió solamente a su “pata negra catalanista”…

Sin embargo, en el libro L’oasi català, de Pere Cullell y Andreu Farras se hablaba de las 100 familias que se reparten el poder en Catalunya y Antonio Santamaria en su artículo en El Viejo Topo, alude a “300 familias” de las que dice Vivens Vives que “ya figuraban en el censo de fabricantes de 1829”. ¿En qué quedamos? ¿100, 300 ó 400 apellidos ilustres componen la oligarquía catalana? Poco importa. Habitualmente los apellidos indican hasta qué punto la endogamia ha mezclado a estas familias (300 según Vicent Vives). Por otra parte, no todas las familias oligárquicas han sobrevivido, algunas se han empobrecido, generalmente a causa de los nietos no estaban a la altura de sus padres y optaron por vender patrimonio en los 80, pateárselo en los 90 y vivir penurias en el siglo XXI. Los que han sobrevivido fueron republicanos bajo la república, franquistas durante el franquismo y demócratas de centro-derecha y de centro-izquierda desde la transición y mañana serán lo que haga falta que sean, impulsados por su espíritu camaleónico.

A lo largo de estas últimas décadas, y ya que había que pasar por la “voluntad popular”, su habilidad ha consistido en legitimar su mecanismo de poder utilizando el catalanismo como elemento emotivo y sentimental para obtener el refrendo de las urnas, pero está bastante claro que para ellos “Catalunya” no es más que una proyección para seguir manteniendo su posición hegemónica. Nacionalistas sobre todo, algunos de ellos optaron por el PSC, como forma de socialdemocracia moderada y teñida de un fuerte sentimiento catalanista cuya tarea histórica fue denunciada por el propio Leguina: “esos chicos que eran progres en su juventud y que hoy nos sirven para que los votantes charnegos no se nos salgan del redil”…

La disposición oligárquica de todo este sector llega hasta el absurdo: Sin ir más lejos, el funcionario del cuerpo de interventores de la Generalitat Enric Fernández Ferrer –que entre el 2002 y el 2005 se encargó de fiscalizar las cuentas del Consorci del Palau de la Música– era la pareja sentimental de Gemma Montull, exdirectora financiera del Palau, imputada en la causa e hija de Jordi Montull, mano derecha de Fèlix Millet y administrador del consorcio Orfeó-Palau. Fernández pagó con fondos del Palau obras valoradas en 97.000 euros en una casa propiedad de él y de su pareja en Teià (Maresme)… Éste era el funcionario que debía censurar las cuentas del Palau…

La vergüenza de la familia Millet se llama hoy “Félix Millet i Tusell”. Se ignora la cantidad total que defraudó del Palau de la música. Joaquín Leguina lo cifraba entre 20 y 30 millones de euros… Era, como casi todo en Catalunya –en donde la alta burguesía oligárquica se ha comportado con una completa impunidad desde el Caso Banca Catalana en donde una parte sustancial de los “patas negras catalanes” aparecían- un secreto a voces que la prensa catalana callaba y de la que no venían proliferando anónimos, informaciones, denuncias e investigaciones periodísticas jamás publicadas.

Otros apellidos catalanes ilustres le obsequiaron con la “Creu de Sant Jordi” (que le fue entregada por Jordi Pujol) y la “Clau de la Ciutat” (entregada por Maragall). El juez Solaz lo dejó con cargos pero sin fianza.

Por su parte, Montull –otro apellido “pata negra catalán”- se limitaba, como señaló la prensa, a “exhibir un papelito con algún post-it como remedo de rendición de cuentas, y su jefe prometía con poco entusiasmo y menos intención enviar más información a los pocos que hacían alguna pregunta”. A lo cual seguía siempre una lacrimógena petición de fondos realizada por Millet para mover los corazoncitos de la oligarquía catalana con cuatro frases sobre, sí, sobre la “construcción nacional de Catalunya”. El dinero servía sólo para alimentar el ritmo de vida de los Millet, reformar sus lujosas viviendas, viajar a todo a los mejores destinos con la familia y llenar de billetes su caja fuerte.

Tras el procesamiento de Félix Millet se hizo cargo del Palau, Mariona Carulla, otro nombre destacado de “los 300”, hija de María Font, viuda de Lluís Carulla i Canals (1904-1990). Hijo de una familia de farmacéuticos, Lluís Carulla creó en 1937 la empresa Gallina d’Or que luego se transformaría en Gallina Blanca, actualmente con presencia en 100 países con el nombre de Agrolimen. Carulla, otro de los financiadores del catalanismo en la postguerra, fue uno de los impulsores en 1961 de Òmnium Cultural junto a Fèlix Millet. Hoy, 165 “patronos” y 200 empresas constituyen lo esencial de la financiación del Palau de la Música Catalana, una institución que para siempre quedará ligada a uno de los episodios más bochornosos de la corrupción en España.7

En el fondo, Millet –y con él buena parte de los 300- están convencidos de que Catalunya es su huerto familiar y pueden disponer de él a su antojo. Y la verdad es que han venido haciéndolo en los últimos 100 años.


Pretoria construido con la misma materia que el Palau


A pocas semanas de la puesta en libertad sin fianza y con cargos de Fèlix Millet estallaba otro escándalo que apuntillaba la pretendida superioridad moral del nacionalismo catalán y derruía su presunto “amor per la terra”, reduciendo a ceniza toda la retórica sobre la “construcción nacional de Catalunya”. El concepto antropológico de “seny” (sensatez, cordura, sabiduría, serenidad en el juicio) catalán, quedaba así mismo pulverizado. La Operación Pretoria, en efecto, llevó a la cárcel a los que habían sido brazos derecho e izquierdo de Pujol durante los veinte años que duró su gestión al frente de la Generalitat: Maciá Alavedra y Lluís Prenafeta, así como a destacados miembros del Partido Socialista.

En efecto, el 27 de octubre, por orden de a Audiencia Nacional se produjo la detención del alcalde de Santa Coloma de Gramanet, Bartomeu Muñoz i Calvet por posibles delitos de asociación ilícita, cohecho, fraude de subvenciones, exacciones ilegales y falsedad en documento público y mercantil… Resultó detenido también el concejal de urbanismo Manuel Dobarco. El daño causado a las arcas públicas en Santa Coloma ascendía según la primera estimación a 18.377.000 euros… no estaba mal para una ciudad en su inmensa mayoría de origen modesto o muy modesto.

Santa Coloma en 1975 tenía 140.000 habitantes, pero en los últimos años, la llegada masiva de inmigración del Tercer Mundo no ha podido compensar el retorno de 20.000 inmigrantes andaluces que llegaron en los años 50-70. Bartomeu Muñoz, alcalde de la localidad, es hijo del último alcalde franquista de la misma población, Blas Muñoz, que amasó unos cuantos millones antes de ser procesado por el Tribunal de Contrabando y Defraudación, tras lo cual entendió que los buenos negocios solamente se hacían a la sombra del poder, ingresando en el Movimiento en 1964. Apoyado por Martín Villa, gobernador de Barcelona, “papá Muñoz” se convirtió en alcalde. En ese momento, era propietario de 500 viviendas en la ciudad, su hijo cobraba los alquileres. Ya como alcalde fue acusado de prácticas usureras, pero misteriosamente –según se dice por presiones del gobernador civil- el caso no prosperó. En 1977, Muñoz hizo lo mismo que otros miles de arribistas municipales: presentarse como candidato de UCD. Perdió por supuesto la alcaldía conservando una poltrona en el ayuntamiento.

Gobernada la ciudad primero por el PSUC y desde 1981 por el PSC que llevó a Manuela de Madre a la alcaldía, luego fue el hijo del propio Muñoz, Bartomeu Muñoz, quien la sustituyó también con la etiqueta “PSC”. Un Muñoz se había acostado como alcalde franquista y otro Muñoz se despertaba como alcalde socialista. Milagros del camaleonismo. Bartomeu Muñoz, alcalde de una ciudad suburbial del cinturón industrial de Barcelona, vivía en las inmediaciones del parqué del Turó, uno de los lugares más exclusivos de la capital catalana. Milagros del populismo socialista. Pero se produjeron más milagros.

La “sociovergencia” es un invento reciente de sectores de PSC partidarios del pacto con CiU para gobernar Catalunya tras las próximas elecciones autonómicas, pero otros ya estaban poniendo en práctica la “sociovergencia” desde hacía más de una década. Era un feo asunto de corrupción…

Cuando abandonaron el poder, los brazos derecho e izquierdo de Pujol, Maciá Alavedra (exconseller de finanzas de Pujol) y Lluís Prenafeta (Secretario de la Presidencia) se dedicaron a “captar presuntamente el dinero negro de la evasión fiscal de la burguesía hacia el paraíso fiscal de la isla de Jersey, fonos que posteriormente eran blanqueados en operaciones urbanísticas en el área metropolitana de Barcelona” (Antonio Santamaría, El Viejo Topo). Algo de esto fue detectado ya en 1997 cuando un diputado socialista, Luís García Sáez (a) “Luigi”, “operaba como mediados y comisionista entre los evasores fiscales, los ayuntamientos socialistas y los promotores inmobiliarios”. Poco después, en 1999, “Luigi” fue expulsado del PSC por otra estafa en obras públicas en Mataró y Olesa en lo que se llamó Caso AGT. Entre otros imputados en este caso (que misteriosamente se archivó) figuraba también Josep María Triginer, líder de la Federación Catalana del PSOE en los años 70. Santa Coloma era uno de los pocos lugares en donde el PSOE tenía una mínima base militantes, la mayoría juvenil y ajena a las otras dos componentes mayoritarias del socialismo catalán (el PSC-R y el PSC-C).

“Luigi” fue diputado nacional por el PSOE-PSC durante 12 años. Otros miembros del PSC fueron imputados con él en la Operación Pretoria demostrando que las “expulsiones” son apenas meros maquillajes cosméticos, pero en absoluto medidas que impliquen el final de los vínculos de un presunto corrupto con sus antiguos camaradas de partido. Entre otros detenidos figuraba también Genis Carbó, ex jefe de Planificación Territorial de la Generalitat y coordinador del Plan Metropolitano de Barcelona, Doris Malfeito, esposa de Alavedra, Antoni Jiménez, concejal socialista de Montcada i Reixac y el ex alcalde del PP de Sant Andreu de Llavaneres.

Lo que emergió de la Operación Pretoria fue una red “transversal” de corrupción que estaba por encima de los fraccionamientos políticos y que abarca a las dos columnas sobre las que se sostiene la política catalana en las últimas décadas: el PSC y CiU. No se trata, contrariamente a lo que alega la versión oficial, de una corrupción coyuntural, sino absolutamente anidada en las estructuras de poder y que ha gozado de completa impunidad. Se trata de una corrupción que afecta a las cúpulas del PSC y de CiU y que no es de ahora, sino que se remonta desde principios de los años 80.

Cuando presuntamente Alavedra y Prenafeta estaban llevan a cabo las actuaciones corruptas que desencadenaron la Operación Pretoria ocho años después, éste último impulsaba en 2001 la Fundación Catalunya Oberta, cuyos estatutos afirman que es: “es una entidad independiente enmarcada en la ideología liberal” que “tiene como objetivos analizar, defender y promover los valores de la sociedad abierta, la libertad, la democracia y la economía de mercado”. Maciá Alavedra era uno de los miembros de esta fundación catalanista y patriótica… Una vez más, el patriotismo se había convertido en la última trinchera de los bribones.

De la omertá al Nou Estatut

En un debate sobre el hundimiento del barrio de El Carmelo el 4 de marzo de 2005 Pasqual Maragall, entonces president de la Generalitat de Catalunya, aseguró en el Parlamente que “el problema de CiU se llama tres por ciento” en una clara y diáfana alusión al cobro de comisiones en la adjudicación de obras. Inmediatamente, Artur Mas, jefe de la oposición y dirigente de CiU reaccionó inmediatamente pidiendo que retirara esta alusión para “no poner en peligro la legislatura y la reforma del Estatut”.

La alusión al “3%” sacudió a la sociedad catalana en un momento en que el hundimiento del barrio de El Carmelo había generado una notable convulsión al saberse que era posible realizar el trazado de los túneles de metro de Barcelona por un procedimiento más seguro y barato. En torno a 3.000 vecinos habían tenido que cambiar de alojamiento y muchos de ellos habían perdido todo su patrimonio y sus recuerdos en el hundimiento de un bloque de viviendas populares. La concesión de las obras del Metro que habían provocado el hundimiento de El Carmelo se había realizado durante el gobierno de CiU. La alusión de Maragall se refería a que el 3% de la adjudicación de contratos en obras públicas revertía en los partidos de gobierno entregado por los beneficiarios de la contrata.

En aquel debate no se entendió bien la velada amenaza pronunciada por Artur Mas: “no olvide que, en los próximos meses, entre PSC y CiU hemos de hacer cosas muy importantes al servicio de este país (…) y para ello es muy necesario que entre ustedes y nosotros siga existiendo un cierto círculo de confianza política, que no es de amistad, de intentar hacer cosas juntos al servicio de nuestro país. Le pediría que no se rompa”. Mas se refería a la reforma del Estatut, en cuyo trasfondo lo único que realmente importaba a la clase política catalana era la posibilidad de manejar más fondos que hasta ese momento estaban a cargo del Estado. No es lo mismo un 3% sobre 100 que un 3% sobre 1.000… Mas terminó su velado ataque con estas palabras: “Usted manda la legislatura a hacer puñetas, supongo que es consciente”, pidiendo acto seguido que retirara su expresión para “restablecer este mínimo de confianza que el país necesita”. Era un grito a favor de la impunidad: yo olvido los muertos en tu armario y tú olvidas a los muertos que tengo albergados en el mío…

Maragall tardó pocos minutos en retirar sus palabras, explicando que “lo hago por una sola razón, que interesa mucho al país, y es que Cataluña tiene de ahora en adelante cosas muy importantes que hacer, y espero de usted y de su grupo que estén en condiciones de cumplir su parte de obligación en los meses que vendrán, en los que se jugará el Estatut de Cataluña, la Constitución Española y, en buena medida, nuestro futuro”. Todo era pura retórica: la demanda social de un nuevo Estatuto era cero, literalmente no interesaba a nadie en la sociedad catalana, tan solo había reavivado un poco más la rapacidad de la clase política autonómica.

El rifirrafe parlamentario se prolongó todavía un poco más: “si en algún momento ustedes tienen alguna sospecha de lo que sea- prosiguió Artur Mas- hagan el favor de hacer aquello que se ha de hacer, vayan a los tribunales y presenten las demandas que hagan falta, pero dejen de extender por todas partes la sombra de la sospecha, porque ustedes no lo pueden hacer por trayectoria y no lo han de hacer sobre todo mirando hacia el futuro”. Y Maragall dio una nueva vuelta de tuerca: “Ustedes se han sentido atacados por una acusación que de alguna manera ven como verídica, porque si no, no se entendería el tono de su intervención”, ha apuntado Maragall, añadiendo luego que “CiU ha roto una regla, que en este Parlament se había respetado siempre, que era el respeto entre diputados y al presidente de la Generalitat, y esto algún día les pasará factura”…

Lo que siguió fue antológico: ningún partido catalanista tuvo el más mínimo interés en crear una comisión parlamentaria que investigara la misteriosa alusión al 3% que había generado la reacción desproporcionada de Mas. El tema se enterró primero en el Parlament y posteriormente en los medios de comunicación catalana.

El resultado de la “crisis del 3%” fue que la clase política catalana cerró filas ante el peligro de quedar evidenciada ante la opinión pública. De ese consenso surgió el acuerdo para avanzar hacia la redacción del “nou Estatut”: tapar las vergüenzas hoy para tener más vergüenzas que repartir mañana…

Cuando casi simultáneamente estallaron en 2009 los Casos Palau y Pretoria quedó evidenciada la responsabilidad de todos los partidos políticos catalanes en la opacidad en el manejo de fondos públicos, la financiación ilegal de estos partidos y los canales de enriquecimiento de la clase político. Y es que un 3% da para mucho y con el Nou Estatut dará para todavía más. Poco importa que los tribunales, ni los censores de cuentas hayan entrado a fondo en esta cuestión, lo que importa es que el electorado catalán lo ha percibido como realidad y en las últimas elecciones municipales de 2007 generaron algo más de un 50% de votos en blanco y nulos y de abstenciones en un municipio de buen nivel cultural y alta participación: la Ciudad Condal de Barcelona.

La oligarquía catalana y su tupida red

Jordi Pujol siempre ha sido un “hombre de país” más que un “hombre de partido”. Sabe perfectamente que los partidos son necesarios solamente para ganar elecciones, pero que se trata de organismos que no representan “opiniones” sino “intereses”. Y, para Pujol, no es bueno que todos los intereses pasen por los partidos. De ahí que tanto durante el franquismo como en la transición siguiera proclamando la “necesidad de hacer país” (expresión popular que los intelectuales nacionalistas siempre han traducido como “construcción nacional de Catalunya”). Y para “hacer país” es preciso renovar las estructuras de las élites económicas. De lo contrario podría aparecer en cualquier caso un avatar del lerrouxismo que durante décadas contuvo la expansión del catalanismo político e incluso le infringió derrotas históricas a principios de siglo.

De ahí que durante los años de poder, Pujol facilitara la creación de un nuevo stablishment político. Para ello facilitó la creación de nuevos think-tanks o bien promovió la renovación de otros, el Círculo de Economía, por ejemplo, de carácter liberal y desde luego mucho menos conservador que el Círculo Ecuestre (fundado en 1856 y cuya misión en los años 80 y 90 fue simplemente la unión entre los catalanes que colaboraron con el franquista –de hecho que impulsaron el franquismo en Catalunya- con los que en la transición se arrimaron al catalanismo político). El Círculo Ecuestre presidido fue presidido durante un tiempo por Manuel Carreras, que era, al mismo tiempo… vicepresidente del Palau de la Música. Otros nuevos think-tanks generados al efecto fueron el Instituto de la Empresa Familiar (impulsado por Leopoldo Rodés, también con vocación artística que le llevó a la presidencia del patronato de la Fundació Macba). El pujolismo (y mucho más que él, la oligarquía catalana que encarnaba) a fin de eternizarse en el poder, articuló las asociaciones más representativas de las distintas familias oligárquicas en el llamado Grupo 16 o G-16.

El 15 de diciembre de 2008, el diario Expansión publicaba un artículo en el que denunciaba que “Los pesos pesados del tejido asociativo se reúnen cada dos meses con el objetivo de debatir sobre las cuestiones que más preocupan a Barcelona”. Se trataba del llamado G-16, que Expansión definía acertadamente como “una especie de sanedrín que reúne a las principales instituciones de la sociedad civil catalana”. La palabra sanedrín es seguramente la que mejor le conviene. Apenas aparece públicamente, “tampoco emite notas de prensa, estudios de opinión ni realiza informes: su máxima es la discreción”. Cada dos meses, los miembros del G-16 se reúnen para “comentar los asuntos que preocupan y afectan a Barcelona y Catalunya”. Allí acuden los presidentes de las dieciséis principales instituciones del ámbito empresarial, deportivo y cultural de Barcelona, desde el Barça al Círculo del Liceo, pasando por el Orfeó Català, el Ateneu Barcelonès, la Cámara de Comercio, el Polo, el Club de Tenis, el Círculo Ecuestre, el Real Automóvil Club, el RCD Español e incluso el Centre Excursionista de Catalunya.

Solamente pueden asistir los presidentes de las dieciséis entidades miembros del Grupo, que no pueden delegar su representación. Discrección y reserva, casi clandestinidad, son los pilares de su funcionamiento. Las comidas –añadía Expansión- nunca tienen lugar en un restaurante, sino en las sedes o instalaciones de las distintas entidades. El calendario de encuentros se intenta que coincida con eventos organizados por los propios socios del G-16: “Por ejemplo, es habitual reunirse en el Club de Tenis Barcelona con motivo del Trofeo Conde de Godó. Otra cita tradicional es el concurso de saltos que organiza el Real Club de Polo”.

Su impulsor a principios de los 80 era Francisco Mas Sardà miembro de una conocida familia de banqueros, que entonces presidía el Círculo del Liceo, el cual concibió la idea de reunir con periodicidad a las principales instituciones de la sociedad civil. Le sucedió como impulsor Alfredo Molinas –presidente de Fomento del Trabajo, la patronal catalana– quiso continuar con la idea que amplió el grupo a once miembros y luego a dieciséis. Entre otros participan los presidentes del FC Barcelona y del RCD Español, Joan Laporta y Sánchez Llibre. Uno de los miembros del G-16 era, por supuesto Félix Millet.

Camaleonismo político en Catalunya de ayer a hoy


Algunos se sorprenderán al conocer las relaciones que unían a Millet y José María Aznar. Los Millet, siempre dispuestos a practicar el camaleonismo político no han dudado nunca en aproximarse a quien manda en cada momento, evidenciando que el nacionalismo catalán sistemáticamente antepone sus intereses a los ideales patrióticos. Durante su segunda legislatura, Aznar conoció durante una visita al Palau de la Música a Fèlix Millet. Este primer encuentro tuvo como consecuencia la entrada del Ministerio de Cultura en el Consorcio del Palau, dato importante porque hasta ese momento la entidad solamente había sido gestionada por catalanes. La cosa se entiende mejor si tenemos en cuenta que Millet se las arregló para que el presupuesto de reforma del Palau se elevara de 9 millones de euros a 24, una parte importante de cuyo coste fue asumido por el Estado Español. En contrapartida, Millet se integró en la FAES, la fundación presidida por José María Aznar tras la derrota del PP en 2004… Cuando estalló el Caso Palau,
FAES hizo pública una nota en la que afirmaba que “prescindieron de Fèlix Millet como miembro del Consejo Asesor del Instituto Catalunya Futur-FAES porque su implicación fue cero”.

Como siempre la alta burguesía catalana antepone los intereses a los valores, incluidos al catalanismo mismo. Cuando el Conde de Güell vio que la agitación obrera en Barcelona era de tal magnitud que solamente el Ejército Español podía salvar sus intereses, atenuó su “nacionalismo” y sus herederos llegaron a regalar la casa de los Güell a Alfonso XIII para mejorar las relaciones. Esa casa era el Palacio de Pedralbes en donde residía Franco durante sus visitas a Barcelona. Antes, eso sí, los Güell destrozaron una pila de mármol en la que caía el agua de una fuente diseñada por Gaudí en el jardín de la mansión. Los años hicieron que la maleza cubriera los restos de esa fuente y que, destrozada, fuera encontrada a finales de los años 60: aun destrozada se podía percibir que estaba adornada con las cuatro barras catalanas, los Güell se habían preocupado de desfigurarla no fuera a ser que lo monarquía y el ejército que debían salvar sus intereses se lo tomaran a mal… El camaleonismo político de la alta burguesía catalana no es nuevo.

En los mismos años en los que Millet entraba a formar parte del patronato de FAES, recibía en su despacho –se rumorea que por indicación de Artur Mas- a Ángel Colom i Colom, alias “sis ales”, entonces presidente del Partit per l’Independencia, una atrabiliaria formación política escindida de ERC cuando se agotaron las líneas de crédito en esa formación, del que formaba parte también Joan Laporta. El PI había dejado deudas multimillonarias que Millet estaba dispuesto a encontrar a “paganos” que las cubrieran. Desde la derecha españolista hasta la izquierda independentista, Millet estaba por encima de cualquier ideología política y de cualquier patria, y trataba solo de generar una propia red de intereses.

Lo que han demostrado los Casas Palau y Pretoria

- La existencia de una oligarquía económica en Catalunya.

- El carácter camaleónico y arribista de esa oligarquía.

- Su utilización del catalanismo como excusa emotiva y sentimental para ocultar su red de intereses oligárquicos.

- El carácter institucional y estructural de la corrupción en Catalunya.

- La transversalidad de la corrupción en Catalunya que ha abarcado desde el PP, FAES, hasta CiU, el PSE, el independentismo.

- La existencia de redes que centralizan el poder económico de la oligarquía catalana.

- El carácter subordinado de los partidos políticos catalanes a los intereses de esa oligarquía.

- El valor “interés” situado por encima del valor “Catalunya” para la oligarquía catalana.

- La permanencia de estos 300 linajes oligárquicos desde el primer tercio del siglo XIX en los mecanismos de poder.

- Las razones de la población catalana para inhibirse de los últimos procesos electorales que han registrado niveles de abstención inéditos.